No me costó mucho
aparentar, no podía andar por ahí diciendo, —Che veni que te cuento como maté a
un tipo ayer. Seguía mi vida normal, iba a trabajar a la escuela como todos los
días, tenía una novia que me quería (bah eso decía ella), continuaba frecuentando
mis amistades cada tanto. Así que uno cuanto más oculta, más tranquilo está.
Tampoco voy a negar que me cruzaba con cada uno/a que me decía por dentro, que
ganas de partirle un fierro en la cabeza y zapatearle los sesos, pero como dije
antes, nunca se debe matar a un conocido, vecino, amigo, pariente. En realidad
ni se imaginaban de lo que se salvaban (me moría de ganas de hacer una
excepción con más de uno).
Pero hoy quería seguir
con el hilo de mi relato, mis primeras veces. Cuando aún mis manos estaban
apenas manchadas por sangre desconocida.
Me metí en el mundo
fascinante de Internet, desde ahí podía vigilar a las personas, sus
movimientos, inclusive con el Google Earth podía mirar como era tu casa y tu
patio, que auto tenías hasta si tenías perro. Internet es igual a chau
intimidad. Y a mi delicia.
Me di cuenta que en
ciertos grupo de Facebook se juntaban para intercambiar necesidades de los
viajeros/mochileros, unos a otros se ofrecían o conseguían alojamientos baratos
o gratuitos, comidas, viajes etc. Y en lo que me percate es en que la mayoría
de las personas de esos grupos de expedicionarios mundiales…eran solitarios. Se
dedicaban a recorrer varios países, se alojaban en hostels o en casa de
familia, pero siempre solos. Eso me dejo pensando, que fácil que sería todo
para mí si pudiera contactar de alguna forma a esos viajeros. Ya sé que para
algunos que me leen les resulta chocante saber como cuando y donde mataba a mis
víctimas, por eso también para que vean que no solamente era matar así nomás les
cuento esto, había una tarea, una inteligencia previa, lo que yo hacía era
arte.
Algunas partes son muy
bizarras y sangrientas, lo sé. ¡Pero es la realidad! Pongan Crónica tv o
cualquier canal al mediodía de noticias, mientras ustedes comen con sus hijos
menores de la tele chorrea sangre, miseria y dolor. ¿Y eso no les molesta no?
Quizá para ustedes sea una costumbre familiar sentarse a comer mezclando el
morfi con sangre, sesos y llanto. Entonces, yo me convertí en el proveedor del
show del mediodía para que las familias lo disfruten.
¿Un poco de sarcasmo no
está mal no? Jaja
Volviendo al tema, esta
será otra historia, una de las más bizarras que me ha pasado.
A través de uno de esos
grupos pude rastrear a una persona que vendría aquí, a esta ciudad a pasar los
meses de verano, solo y en carpa. No hablaba el idioma (tampoco quiero entrar
en detalles que podría llegar a revelar mi identidad) y tampoco le importaba
mucho, ya que venía a estar en la naturaleza, no con la gente. Por eso cuando
podía huía del clima frío de su país y cruzaba el atlántico para disfrutar un
verano cálido y tranquilo.
Era un hombre imponente,
alto y fornido, parecía esas caricaturas de los leñadores de los cuentos para
chicos.
Se había instalado en una
zona no muy lejana y subía a Instagram (popular pagina de imágenes) las fotos
que sacaba cada tanto, esta persona era de esas que preferían el recuerdo y el
placer en la mente y no en las fotos.
Pensaba como yo, prefería
recordar una muerte a que tener la foto pegada con un imán en la heladera.
Por las fotos pude ver
más o menos porque zona andaba, una tarde armé mi mochila como para tres días y
salí a su encuentro. Mientras subía la montaña iba imaginando lo que haría,
esta vez incursionaría en la anatomía humana, pero profundamente.
Hice campamento bien
alejado del poblado cercano, un pueblito de pocos habitantes, había una escuela
con unos veinte alumnos. Era un paraje.
Caminé por varios
senderos hasta que encontré lo que buscaba, huellas. Estuve toda la tarde
rastreando el lugar, cuando me sentí cómodo con el ambiente, me relajé y esperé
que volviera.
El hombre tenía una carpa
para dos personas del tipo iglú, había armado una mesa improvisada con troncos,
un círculo de piedras encerraba un fogón donde obviamente cocinaba y se daba
calor. En unos árboles cercanos una ropa mojada colgaba.
No pasó mucho tiempo
hasta que apareció, se sorprendió bastante al verme, miró alrededor buscando
más personas. Quizá se tranquilizó al darse cuenta que andaba solo, como él.
Me sonrió y me tendió su
mano y dijo “Olek”, tal era su nombre. Y yo le dí el mío. El apretón me dolió,
era una manaza no una mano. El tipo mediría un metro noventa por lo menos, unos
veinte centímetros más que yo.
Me preguntó si hablaba
inglés, como le dije que si nos pusimos a conversar en ese idioma. Me contó de
donde venía y a donde iría, quería saber de algún lugar cercano con una cascada
o laguna. Le indique con ademanes que muy cerca había una laguna. Como le
expliqué que hacía trekking por dos o tres días me invitó a acompañarle.
Esa noche mientras
cocinaba un guiso hablamos mucho, sobre sus viajes y los lugares que conoció.
Era un hombre con mucho mundo, casi me daba pena matarlo, casi.
Antes que obscureciera
más, luego de cenar me despedí prometiéndole que le buscaría al otro día.
Cuando volví a mi carpa
no podía dejar de pensar en sus ojos soñadores al relatarme una aventura en
tierras lejanas. Me había comentado que su deseo era morir en el bosque,
rodeado de la naturaleza.
Eso, se lo iba a conceder
al otro día.
Ya de mañana me preparé
un desayuno fuerte, no sabía cuanto tiempo me demoraría le trabajo ni cuanto
estaría sin comer. Así que cargue bien el estómago y me fui.
Cuando llegue ya estaba
esperándome con una mochila en al espalda, miraba el valle y sonreía, cuando se
dio cuenta que llegué me mira y me dice “maravilloso” en un español algo
articulado.
Comenzamos a caminar por
un sendero y después de varios kilómetros nos salimos de él. Cada tanto miraba
la brújula para no perderme y poder seguir derecho hasta nuestro objetivo. Dos
horas después se escuchaba un ruido a lo lejos, era una caída de agua que
formaba una pequeña laguna profunda debajo de la roca. Cansado y hambrientos
nos sentamos a descansar y a comer unas galletas dulces. Cuando terminamos el
gigante se sacó la ropa y con un grito se tiró de cabeza al agua. Yo lo miraba
nadar y reía junto con él. Me parecía muy bizarro dejándolo disfrutar ese
momento cuando mentalmente estaba preparando su muerte. Parecía como si fuera
un condenado a muerte que le dan su última cena. Cuando me canse de esperar
salga del agua hice un lugar en la piedra plana en que estaba sentado y le
llame para que venga a descansar.
Salio casi arrastrándose
del cansancio y se desparramó en la piedra.
Cuando sentí se
respiración se aquietó y su cuerpo se relajó, saque de mi mochila el cuchillo
de caza que había llevado para tal fin, miré su abdomen y calculé en donde le
daría le golpe. Recordé como lo hacían lo aztecas, debajo del esternón y
seguían cortando hasta el ombligo.
Y así lo hice. Le clavé
con toda mi fuerza la hoja filosa, sentí el choque contra su columna junto con
el grito atroz y desgarrador que dio. Eso sí que me sorprendió, evidentemente
algún nervio debí haber cortado porque el tipo no podía moverse, solo gritar.
Entonces seguí con lo mío, volví a tomar la empuñadura y corte como serruchando
hacia abajo, la carne se habría como si fuera manteca. Las tripas desbordaron y
escurrieron por los lados. Yo estaba fascinado con la visión.
Metí la mano en su pecho
abierto y busqué su corazón, palpitaba rapidísimo, eso era porque al perder
sangre el corazón bombea más rápido para compensar esa falta de sangre en el
cuerpo y de esa forma se desangra más rápido aún. En estos pensamientos estaba
cuando sentí su mano tomándome del brazo. Algo de vida le quedaba al fortachón,
tomé su mano con la mía hasta que su corazón dejo de latir en la otra.
Me saqué la ropa y me
metí en la laguna helada, lave la sangre de mi cuerpo. Y salí revitalizado.
Proseguí con la tarea de
descuartizar lo que ahora era un cadáver grande y pesado. No podía enterrarlo
allí porque era un lugar concurrido por la gente de la zona. No podía
arriesgarme. Cuando terminé mi tarea me tuve que lavar la piedra y darme otro baño, parecía un matarife.
Camine unos cientos de
metros y arroje el torso por ahí, para que la propia fauna se encargue de
desaparecerlo. Volví a buscar el resto y lo llevé en la dirección contraria,
así estuve varias horas desparramando los despojos. Cuando regreso a buscar la
última parte escucho voces y el chasquido inconfundible de alguien que esta
caminando sobre hojas y ramas secas.
Mi corazón dejó de latir.
Toda la adrenalina se
acumuló en mi garganta y me produjo nauseas. Era miedo, terror a ir preso.
Metí lo que quedaba de
Olek en la mochila y salí corriendo como alma que la busca el diablo.
No miré atrás ni una vez
me detuve solamente cuando llegue al campamento. Agarre la pala y me puse a
cavar bien profundo, en el pozo metí la carpa y todas las cosas que estaban a
la vista, si quedo algo no sabría decirlo, no tenía tiempo como para andar
buscando cosas cuando sentía que tenía el aliento en la nuca de la policía.
Desarmé mi carpa, junté
mis cosas y en la mochila un pedazo de Olek. Cuando llegue a la ciudad, sentía
que todos me miraban, estaba muy perseguido por las circunstancias. Di varias
vueltas antes de llegar a casa, tenía pánico de que alguien me haya seguido.
Una vez dentro me tiré en el sillón y dormí horas. Cuando desperté recordé,
saque de la mochila los restos y los metí en el freezer que estaba en el
garage. Me di un baño largo, reparador y me senté a ver la tele.
Mi sorpresa fue enorme
cuando un tiempo después, no importa cuanto, alguien encontró el torso.
Pero esa es otra
historia.