martes, 20 de mayo de 2014

CAPITULO 6 TORSO



No me costó mucho aparentar, no podía andar por ahí diciendo, —Che veni que te cuento como maté a un tipo ayer. Seguía mi vida normal, iba a trabajar a la escuela como todos los días, tenía una novia que me quería (bah eso decía ella), continuaba frecuentando mis amistades cada tanto. Así que uno cuanto más oculta, más tranquilo está. Tampoco voy a negar que me cruzaba con cada uno/a que me decía por dentro, que ganas de partirle un fierro en la cabeza y zapatearle los sesos, pero como dije antes, nunca se debe matar a un conocido, vecino, amigo, pariente. En realidad ni se imaginaban de lo que se salvaban (me moría de ganas de hacer una excepción con más de uno).
Pero hoy quería seguir con el hilo de mi relato, mis primeras veces. Cuando aún mis manos estaban apenas manchadas por sangre desconocida.
Me metí en el mundo fascinante de Internet, desde ahí podía vigilar a las personas, sus movimientos, inclusive con el Google Earth podía mirar como era tu casa y tu patio, que auto tenías hasta si tenías perro. Internet es igual a chau intimidad. Y a mi delicia.
Me di cuenta que en ciertos grupo de Facebook se juntaban para intercambiar necesidades de los viajeros/mochileros, unos a otros se ofrecían o conseguían alojamientos baratos o gratuitos, comidas, viajes etc. Y en lo que me percate es en que la mayoría de las personas de esos grupos de expedicionarios mundiales…eran solitarios. Se dedicaban a recorrer varios países, se alojaban en hostels o en casa de familia, pero siempre solos. Eso me dejo pensando, que fácil que sería todo para mí si pudiera contactar de alguna forma a esos viajeros. Ya sé que para algunos que me leen les resulta chocante saber como cuando y donde mataba a mis víctimas, por eso también para que vean que no solamente era matar así nomás les cuento esto, había una tarea, una inteligencia previa, lo que yo hacía era arte.
Algunas partes son muy bizarras y sangrientas, lo sé. ¡Pero es la realidad! Pongan Crónica tv o cualquier canal al mediodía de noticias, mientras ustedes comen con sus hijos menores de la tele chorrea sangre, miseria y dolor. ¿Y eso no les molesta no? Quizá para ustedes sea una costumbre familiar sentarse a comer mezclando el morfi con sangre, sesos y llanto. Entonces, yo me convertí en el proveedor del show del mediodía para que las familias lo disfruten.
¿Un poco de sarcasmo no está mal no? Jaja
Volviendo al tema, esta será otra historia, una de las más bizarras que me ha pasado.
A través de uno de esos grupos pude rastrear a una persona que vendría aquí, a esta ciudad a pasar los meses de verano, solo y en carpa. No hablaba el idioma (tampoco quiero entrar en detalles que podría llegar a revelar mi identidad) y tampoco le importaba mucho, ya que venía a estar en la naturaleza, no con la gente. Por eso cuando podía huía del clima frío de su país y cruzaba el atlántico para disfrutar un verano cálido y tranquilo.
Era un hombre imponente, alto y fornido, parecía esas caricaturas de los leñadores de los cuentos para chicos.
Se había instalado en una zona no muy lejana y subía a Instagram (popular pagina de imágenes) las fotos que sacaba cada tanto, esta persona era de esas que preferían el recuerdo y el placer en la mente y no en las fotos.
Pensaba como yo, prefería recordar una muerte a que tener la foto pegada con un imán en la heladera.
Por las fotos pude ver más o menos porque zona andaba, una tarde armé mi mochila como para tres días y salí a su encuentro. Mientras subía la montaña iba imaginando lo que haría, esta vez incursionaría en la anatomía humana, pero profundamente.
Hice campamento bien alejado del poblado cercano, un pueblito de pocos habitantes, había una escuela con unos veinte alumnos. Era un paraje.
Caminé por varios senderos hasta que encontré lo que buscaba, huellas. Estuve toda la tarde rastreando el lugar, cuando me sentí cómodo con el ambiente, me relajé y esperé que volviera.
El hombre tenía una carpa para dos personas del tipo iglú, había armado una mesa improvisada con troncos, un círculo de piedras encerraba un fogón donde obviamente cocinaba y se daba calor. En unos árboles cercanos una ropa mojada colgaba.
No pasó mucho tiempo hasta que apareció, se sorprendió bastante al verme, miró alrededor buscando más personas. Quizá se tranquilizó al darse cuenta que andaba solo, como él.
Me sonrió y me tendió su mano y dijo “Olek”, tal era su nombre. Y yo le dí el mío. El apretón me dolió, era una manaza no una mano. El tipo mediría un metro noventa por lo menos, unos veinte centímetros más que yo.
Me preguntó si hablaba inglés, como le dije que si nos pusimos a conversar en ese idioma. Me contó de donde venía y a donde iría, quería saber de algún lugar cercano con una cascada o laguna. Le indique con ademanes que muy cerca había una laguna. Como le expliqué que hacía trekking por dos o tres días me invitó a acompañarle.
Esa noche mientras cocinaba un guiso hablamos mucho, sobre sus viajes y los lugares que conoció. Era un hombre con mucho mundo, casi me daba pena matarlo, casi.
Antes que obscureciera más, luego de cenar me despedí prometiéndole que le buscaría al otro día.
Cuando volví a mi carpa no podía dejar de pensar en sus ojos soñadores al relatarme una aventura en tierras lejanas. Me había comentado que su deseo era morir en el bosque, rodeado de la naturaleza.
Eso, se lo iba a conceder al otro día.
Ya de mañana me preparé un desayuno fuerte, no sabía cuanto tiempo me demoraría le trabajo ni cuanto estaría sin comer. Así que cargue bien el estómago y me fui.
Cuando llegue ya estaba esperándome con una mochila en al espalda, miraba el valle y sonreía, cuando se dio cuenta que llegué me mira y me dice “maravilloso” en un español algo articulado.
Comenzamos a caminar por un sendero y después de varios kilómetros nos salimos de él. Cada tanto miraba la brújula para no perderme y poder seguir derecho hasta nuestro objetivo. Dos horas después se escuchaba un ruido a lo lejos, era una caída de agua que formaba una pequeña laguna profunda debajo de la roca. Cansado y hambrientos nos sentamos a descansar y a comer unas galletas dulces. Cuando terminamos el gigante se sacó la ropa y con un grito se tiró de cabeza al agua. Yo lo miraba nadar y reía junto con él. Me parecía muy bizarro dejándolo disfrutar ese momento cuando mentalmente estaba preparando su muerte. Parecía como si fuera un condenado a muerte que le dan su última cena. Cuando me canse de esperar salga del agua hice un lugar en la piedra plana en que estaba sentado y le llame para que venga a descansar.
Salio casi arrastrándose del cansancio y se desparramó en la piedra.
Cuando sentí se respiración se aquietó y su cuerpo se relajó, saque de mi mochila el cuchillo de caza que había llevado para tal fin, miré su abdomen y calculé en donde le daría le golpe. Recordé como lo hacían lo aztecas, debajo del esternón y seguían cortando hasta el ombligo.
Y así lo hice. Le clavé con toda mi fuerza la hoja filosa, sentí el choque contra su columna junto con el grito atroz y desgarrador que dio. Eso sí que me sorprendió, evidentemente algún nervio debí haber cortado porque el tipo no podía moverse, solo gritar. Entonces seguí con lo mío, volví a tomar la empuñadura y corte como serruchando hacia abajo, la carne se habría como si fuera manteca. Las tripas desbordaron y escurrieron por los lados. Yo estaba fascinado con la visión.
Metí la mano en su pecho abierto y busqué su corazón, palpitaba rapidísimo, eso era porque al perder sangre el corazón bombea más rápido para compensar esa falta de sangre en el cuerpo y de esa forma se desangra más rápido aún. En estos pensamientos estaba cuando sentí su mano tomándome del brazo. Algo de vida le quedaba al fortachón, tomé su mano con la mía hasta que su corazón dejo de latir en la otra.
Me saqué la ropa y me metí en la laguna helada, lave la sangre de mi cuerpo. Y salí revitalizado.
Proseguí con la tarea de descuartizar lo que ahora era un cadáver grande y pesado. No podía enterrarlo allí porque era un lugar concurrido por la gente de la zona. No podía arriesgarme. Cuando terminé mi tarea me tuve que lavar la piedra y  darme otro baño, parecía un matarife.
Camine unos cientos de metros y arroje el torso por ahí, para que la propia fauna se encargue de desaparecerlo. Volví a buscar el resto y lo llevé en la dirección contraria, así estuve varias horas desparramando los despojos. Cuando regreso a buscar la última parte escucho voces y el chasquido inconfundible de alguien que esta caminando sobre hojas y ramas secas.
Mi corazón dejó de latir.
Toda la adrenalina se acumuló en mi garganta y me produjo nauseas. Era miedo, terror a ir preso.
Metí lo que quedaba de Olek en la mochila y salí corriendo como alma que la busca el diablo.
No miré atrás ni una vez me detuve solamente cuando llegue al campamento. Agarre la pala y me puse a cavar bien profundo, en el pozo metí la carpa y todas las cosas que estaban a la vista, si quedo algo no sabría decirlo, no tenía tiempo como para andar buscando cosas cuando sentía que tenía el aliento en la nuca de la policía.
Desarmé mi carpa, junté mis cosas y en la mochila un pedazo de Olek. Cuando llegue a la ciudad, sentía que todos me miraban, estaba muy perseguido por las circunstancias. Di varias vueltas antes de llegar a casa, tenía pánico de que alguien me haya seguido. Una vez dentro me tiré en el sillón y dormí horas. Cuando desperté recordé, saque de la mochila los restos y los metí en el freezer que estaba en el garage. Me di un baño largo, reparador y me senté a ver la tele.
Mi sorpresa fue enorme cuando un tiempo después, no importa cuanto, alguien encontró el torso.
Pero esa es otra historia.



jueves, 15 de mayo de 2014

CAPITULO 5 CIGARRILLOS



A veces lo que uno piensa se convierte en el peor de los miedos. Y eso pensaba a cada rato, que alguien me pescara, así que aunque con todas las ganas que tenía en mi camino de asesinatos, tuve que guardarme un tiempo.
Completé el espacio en investigar más cosas, casos policiales y a seguir de cerca las investigaciones que por lo menos en los medios salían sobre los crímenes cometidos en los últimos meses. A pesar de todo me mantenía tranquilo, pero mi mente seguía en torturarme con que había dejado algún cabo suelto.
Por supuesto que no volví nunca por los lugares en donde había matado a alguien, sabía que los investigadores tenían como certeza que el criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Así que ni loco pisaba ahí.
Después de tres meses sin cometer ninguna atrocidad (esto para la mente de los normales, ya que para mí era algo lógico) decidí ponerme en campaña y continuar con mi tarea. Para esto elegí a una mujer, que sabía vivía sola. Nunca, pero nunca había que hacerlo con algún conocido, siempre está la policía intentando atar cabos sobre amistades, compañeros de trabajo, gente del barrio,  familiares y etc. Por eso yo siempre elegía al azar. Y este fue el primer caso que lo hice así.
Ya había decidido como matar, de que forma si es lo que están pensando ustedes. Solo faltaba la manera de llegar a tal fin.
Luego de estudiar el barrio y la casa un par de veces. Me pareció que la manera más cómoda era entrando de noche. Para esto debía tener alguna excusa si alguien me llegaba a ver rondando por ahí, como había un kiosko, y ya una vez me había salido bien con el hombre que se torció el pie. Tome como más factible esa forma, de explicar que había ido a comprar cigarrillos. Así que hice eso.
Pasé a comprar puchos y mientras fumaba me fui despacito y sin preocupaciones.
Me había puesto una campera vieja con manchas de trabajo, porque en el bolsillo llevaba unos guantes de latex, si preguntaban era una campera que usaba para hacer arreglos en casa cuando hacía frío y quien sabe de cuando estaban esos guantes ahí.
Cuando llegué a la cuadra donde la mujer solitaria no se esperaba que fueran los últimos minutos caminé más despacio. Un muro muy fácil de saltar me dio la entrada perfecta al patio. Toqué el timbre que estaba en la puerta y me fui hasta el fondo, calculando que habría evidentemente, una puerta trasera con salida al jardín, que desde la vereda se alcanzaba a ver un poco. Casi al llegar al final se escucha una voz que pregunta quien era (al que tocaba el timbre). Me imaginé que al no recibir respuesta abriría la puerta para asomarse a ver quien es el que llama. Por suerte, no pensé que fuera así, la puerta de atrás no tenía llave. Y en un tendero se veía ropa colgada. ¿Habrá sido tanta mi suerte y su mala suerte que recién había colgado ropa? Nunca lo supe.
Cuando entré un gato que dormía sobre un almohadón me saludó bostezándome. Con los guantes ya puestos, encaré por el pasillo hasta la puerta de enfrente cuando justo oigo que la cierran y una bocanada de aire llegó hasta mí. La mujer estaba tan cerca que pude sentir su perfume.
Nos encontramos de frente. Nos miramos. Como vi que se paralizó por la sorpresa y el miedo instantáneo que le dio por ver a un extraño, aproveché.
Un certero golpe al estómago aplacó los ímpetus de gritar, al dejarla sin aire por el golpe la tomé del brazo y le hice una maniobra para que quede su espalda en mi pecho. Esta vez no tenía sed de sangre, quería ver la muerte cara a cara. Con un brazo hice presión sobre su garganta para taparle el paso de aire, con el otro brazo la inmovilicé. Recién ahí el instinto de supervivencia hizo carne en ella. Comenzó a patalear y a tratar de zafarse de ese abrazo mortal. Pero no pudo hacer nada, cuando sentí que se desmayaba, la empuje para que siga de pie caminando y no se cayera en el trayecto hasta su dormitorio. En el pasillo había dos puertas, al entrar me percaté que una era el baño, así que la otra indefectiblemente, era su habitación.
La tiré sobre la cama boca abajo y luego la dí vuelta para que su rostro quedara hacia arriba. Cuando se le pasó el sopor de la falta de oxígeno, me senté sobre ella inmovilizando sus brazos y piernas con mi cuerpo. Ya con las manos libres aprisioné su garganta fuertemente con mis manos ya apreté de a poco, hasta que su cara se transformó. Se puso roja por la congestión de la sangre. Los ojos desorbitados por el terror no dejaban de mirarme. En un momento, no se los minutos o segundo que habían pasado, se entregó. Su cuerpo se puso laxo y sus ojos se pusieron vidriosos, quizá por las lágrimas que comenzaron a correr por su cara. Seguí apretando hasta que supe que ya no había más latidos en su joven corazón. Y continué, seguí con mis manos como garras de águila sobre su presa. Sabía que aún podía quedar un impulso final, en donde el cuerpo en un solo movimiento explosivo liberaba toda su energía para sobrevivir. Como no lo hizo, supuse que ya había muerto. Sus ojos marrones miraban la nada.
Me incorporé y la miré mucho tiempo, creo que fueron años que estuve así.
Con la mujer muerta y mis impulsos asesinos saciados no me quedó más que la penosa tarea de hacer limpieza. Saque las sábanas y el acolchado de la cama y las metí al lavarropas, en el piso había una pequeña alfombra que también la puse a lavar, en vez de poner el jabón líquido que había ahí, le mandé el litro entero que encontré de lavandina sin usar. Eso mataría todo pelo, fibra o célula dérmica mía que podría haber quedado como prueba. La campera la quemaría en casa.
Miré a mí alrededor para revisar que nada quedara para la policía. Me fui por donde vine, antes de salir a la vereda miré y escuché por si alguien andaba en la cuadra. No se veía ni oía nada. Salté el muro y me fui. A pocas cuadras encontré un canasto de basura con una bolsa sin llevar por el basurero, ahí me desprendí de los guantes. Ya no quedaba nada que me incriminara.
Mientras volvía a casa abrí el paquete de cigarrillos y regresé fumando y recordando sus ojos marrones.


miércoles, 14 de mayo de 2014

CAPITULO 4 RESBALÓN



Me acuerdo aquella vez que el tiempo se detuvo, sentía en la cara como las gotas de sangre golpeaban en cámara lenta. Mis brazos bajando en un solo movimiento violento, frío, sangriento.
Todo comenzó una noche de invierno, con tanto frío que ni los gatos andaban por las calles. Había salido a comprar unos cigarrillos al kiosco, cuando el destino decidió otra cosa.
Estaciono el auto en la esquina donde estaba el kiosco y veo un tipo que patina por el hielo en la entrada de auto de una casa y se da tal golpe que queda retorciéndose de dolor. Ni lerdo ni perezoso me bajo a ayudarle. El tipo se había roto el tobillo o esquinzado muy mal el tobillo. Se quejaba mucho del dolor. Le ofrecí llevarlo al hospital en el auto.
En ese momento yo creo que el mundo se detuvo y congeló el aire. Se veía una bruma que comenzaba a cubrir las veredas, parecía sacado de una película de terror.
A duras penas podía apoyar el pie el hombre, pero apoyado en mi hombro nos fuimos acercando al auto. Lo mando para el asiento de atrás y una vez bien acomodado, relojeo la calle para ver si alguien se había percatado de la caída.
Nadie.
Cuando me subo antes de arrancar el auto saco de la guantera la picana que había comprado en Internet y estirando el brazo como para acomodarle mejor la pierna en el asiento, le aplico varias veces el choque eléctrico.
Ahora que recuerdo casi me causa gracia, por la cara que ponía cada vez que lo chuzeaba con la picana. Se le contraía la cara por el espasmo. Me di cuenta que con la primera aplicación quedó paralizado, le mande tres más por las dudas y justo ahí se desmayo.
Pobre tipo, jamás se imagino que se iba a despertar en el garaje de mi casa, desnudo sobre un plástico en el piso y atado de manos. Los ojos desorbitados por el miedo y supongo también por el dolor del tobillo. Como aprendí a hacer nudos marineros no había forma que se pudiera desatar, de ninguna manera lo podía hacer. Así que le deje que se revuelque a gusto un rato tratando de desatarse. Cuando por fin veo que se canso de retorcerse voy a buscar el bate de softball que tenía guardado para ese fin.
Me puse los guantes de carnaza porque no quería romperme ni un dedo ni la muñeca con la vibración del golpe, de paso para que no quede ninguna huella.
Tomé distancia varias veces apoyando suavemente la punta del bate en la sien del infortunado. Inspiré profundamente llevé el brazo hacia atrás, lo máximo que pude. Cuando di el golpe largue todo el aire en un solo bufido, casi un grito. Un instante antes de que llegue la punta de madera redondeada a la cabeza, el hombre cierra la ojos.
El sonido que salió de la interacción de un cráneo humano y un bate de softball jamás me hubiera imaginado que sería ese. Sonó como un “bak” o “tac” pero casi agudo, no grave. Lo que si puedo describir es la reverberación del golpe en mi brazo, sentí un cosquilleo hermoso, casi orgásmico que se extendió de los huesos al músculo y de estos a la piel. Se me erizaron los pelos de los brazos del placer. Y a mi boca el gusto acre, salado de la adrenalina.
Quise probarlo de nuevo, varias veces en tantos años ya, pero ya no sonó como antes el bate, había sido la primera vez que sentí placer la matar.
Al levantar el palo una nube casi lluvia espesa de sangre inundó y lleno el garaje, estaba empapado. El piso, las paredes y hasta el techo estaban cubiertos de sangre.
Di varios golpes más para terminar el trabajo. Y listo, se terminó.
Quedó la penosa tarea de trasladar el cuerpo en el baúl, me fui hasta la laguna la z que quedaba cerca, unos pocos minutos. Estacioné en un lugar que previamente había visto favorable para hacer un buen pozo. Con la pala terminé la tarea y pude volver a casa.
Resumiendo, tuve que limpiar el desastre que había dejado, y también tuve que pintar las paredes y el techo al otro día.
Previamente limpié todo con una mezcla de lavandina y vinagre que destruía toda prueba de A.D.N. que pidieran buscar.
Después de tanto ajetreo me senté a ver una película que justo daban en la tele y me gustaba mucho.
Mr. Brooks.

lunes, 12 de mayo de 2014

CAPITULO 3 EMPUJÓN



Recuerdo una vez en que casi me equivoqué. Fue una de las primeras veces, cuando aún estaba verde, temeroso.
Pensaba en si sería necesario usar un arma de fuego. Pero había que registrarla, comprar balas cada tanto. Y siempre, quedaría la bala en el cuerpo, fácil de identificar por los peritos de criminalística. Entonces tomé la decisión de no usar armas convencionales, todo casero. Cuchillo, soga, martillo, piedras, palos. Una vez usé un zapato, pero esa es otra historia que alguna vez contaré.
Este caso no fue fácil, habían pasado dos meses del anterior crimen y el cuerpo me pedía sangre. Estaba deprimido. Yo sabía lo que quería, pero era necesario esperar bastante tiempo entre una salida y otra. No debía levantar sospechas de ningún tipo.
Pasaban las noches y no salía.
Decidí dar una vuelta por el pueblo cercano, distante a unos veinte kilómetros. Era verano, las noches tan cálidas y hermosas que daba gusto volver a tomar el auto. A los pocos kilómetros veo un auto parado a un costado del camino cuesta abajo, me detengo detrás. Una mujer que había pinchado una rueda e intentaba sacar el auxilio del baúl. Me agradece si pudiera ayudarle. Por dentro yo pensaba, si vas a ver la ayuda que te doy. Le dije que iba al auto por unos guantes así no me ensuciaba mientras miraba que la ruta estuviera despejada. Ni un auto se divisaba en lo que quedaba hasta la ciudad.
Me pongo los guantes y regreso. Mientras tomo la cruceta le pido que alumbre la rueda con la linterna. Calculé dar un solo golpe con todos mis kilos de peso. El hierro vibró en mis manos al golpear su nuca. Pude sentir como se rompían los huesos vertebrales.
Como cayó de boca al suelo, tuve que darla vuelta para terminar el trabajo. Varios golpes a la garganta hasta que esta se abrió, se nota que con el primer golpe la maté, ya que no saltaba sangre, solo manaba como si fuera una cascadita.
Volví a mirar la ruta y a lo lejos pude ver las luces de un auto.
Todos mis temores se vieron realizados. Me agarrarían con las manos en la masa.
No sabía que hacer, unos segundos de pensamiento aclararon la situación. La arrastre por el costado y la subí al auto, la acomodé bien en el asiento del conductor. Puse punto muerto, bajé la ventanilla, prendí las luces y arranque el auto. Me puse a empujarlo desde el baúl cuesta abajo hasta que tomó envión, era un corsa así que pesaba poco.
Corrí como nunca hasta mi auto, aceleré a fondo mientras veía por el retrovisor que las luces se acercaban, alcancé a pasar justo al lado del auto mientras veía que se estrellaba contra un pino. Ahí recién suspiré aliviado, seguí acelerando unos cientos de metros más hasta que vi que las luces se detuvieron. Habrá visto el “accidente” y me reí. Me reí muy fuerte.
Cuando llego al poblado me fui hasta una parrilla para comer algo y hacer tiempo. Mientras el mozo toma mi pedido me dice que tenía una gota de sangre en el cuello. Le contesto que debo cambiar la afeitadora. Un sudor helado corrió por mi espalda. En el baño me lavo y veo que nada más había, no lo podía creer.
En ese momento escucho la sirena de la policía. Me dije, listo, te agarraron por pelotudo. Cuando salgo del baño me imaginé a la policía esperándome.
No había nadie.
Me siento y cuando me traen la parrillada pregunto el motivo de la sirena.
—Algún accidente habrá sido.
—Si, esas cosas pasan —contesto.

CAPITULO 2 ASOMBRO



Nunca pensé que mataría a una persona. Pero las circunstancias me llevaron a eso. El accidente con el auto fue lo primero que me llamó la atención. El primer indicio de algo que se gestaba en mí. Muchas veces pasé por esa avenida, las manchas de sangre seguían estando, aunque secas. La adrenalina fluía sin control. La boca se me secaba a tal punto que no podía tragar saliva.
Comencé buscando en Internet casos de asesinatos a sangre fría, premeditados. Y en casi todos había una cosa en común. Todos terminaban presos.
En esos días justo pasó una película en al tele “Mr Brooks”, relata la vida de un asesino serial con doble personalidad. Pero este estaba muy loco, tenía un compañero imaginario, quien era el que lo azuzaba para cometer los asesinatos. Pero era muy inteligente, se preparaba muy bien para hacer la tarea, hacía trabajo de investigación de la/s víctimas. No dejaba nada al azar. Pero…siempre uno se equivoca, no existe el crimen perfecto.
Pero yo encontré la forma.
Leyendo muchos casos de asesinos seriales me di cuenta que la mayoría se quedaban con prendas o trofeos de los muertos. Lo usaban para recordar y regodearse con el hecho. Yo no necesitaba eso, yo quería ver la sangre, sentir y escuchar ese lento goteo del líquido pegajoso. Ver en sus ojos como la vida se iba escapando de a poco. No sentía la necesidad de torturar como otros. Mi placer estaba solo en ver la muerte de cerca.
Con los años fui aprendiendo. Usé muchas técnicas, las personas eran distintas, no había nada que las atara a un perfil psicológico del asesino.
Estuve meses investigando. Muchas veces salía de noche y me imaginaba a tal persona en la calle, como sería matarla. Y así me fui perfeccionando hasta en el más mínimo detalle. Tampoco usaría siempre el secuestro y tampoco siempre mataría en mi casa. Usaría los alrededores. El vivir en una ciudad de pocos habitantes y esta esté rodeada de bosques y terrenos grandes, daba muchas posibilidades.
Hasta que una noche tomé coraje y salí.
Dí unas pocas vueltas en el auto, no era conveniente que alguien viera pasar el mismo auto dos o tres veces.
Elegí un muchacho que evidentemente volvía de estudiar, llevaba carpetas en la mano, como vi que iba fumando aproveché ese acercamiento.
Estacioné un par de cuadras antes. Mientras me bajaba miré a mí alrededor y no vi a nadie cerca. Cuando estuve cerca, preparé mi mano derecha y con la izquierda saque un paquete de cigarrillos. Al pasar le pido fuego. Instintivamente me miró con suspicacia, pero al verme bien vestido supuso que no era un intento de robo. Cuando mete la mano en el bolsillo, saco la mía y de un solo tajo le corte la yugular. El chorro de sangre saltó un par de metros. No emitió ningún sonido. Aproveche para recostarlo contra un cantero que tenía un arbusto bastante grande y que me daba seguridad si alguien pasaba por la calle. El joven se agarraba el cuello y me miraba sin entender lo que pasaba. Habrá pasado un minuto, cuando la vida escapó de su cuerpo. Me incorporé despacio, no había ni un alma en los alrededores. Caminé hasta el auto. Había forrado todo el interior con un plástico para que no quede nada incriminatorio en él.
Me fui despacio hasta mi casa. Me saqué toda la ropa y la queme en el fogón, el plástico también.
Mientras me bañaba pensaba en la mirada del chico. Asombro.
Yo también estaba asombrado de lo que había hecho.
Pero sentía placer.

domingo, 11 de mayo de 2014

ASESINO SERIAL (INTRODUCCION)



La primera vez que maté lo hice solo por accidente, no por gusto, eso llego años después.
La mujer cruzó en la mitad  de la calle sin mirar, debería haberlo hecho por la senda peatonal y eso marcó su fin.
Menos mal que el cinturón de seguridad siempre lo usaba, si no habría salido despedido por el parabrisas. No iba rápido, lo que marcaba la ley para las avenidas. Esta mujer tuvo la mala suerte de continuar con la maldita costumbre de los argentinos, creerse dioses. Cruzan por donde quieren, no siguen las leyes de tránsito, si quieren ponen luz de giro. Bueno, podría decirse que esta mina, no era Dios.
Cuando bajé del auto aturdido por el golpe del cinto, solo podía ver como si fueran diapositivas, me costaba enfocar bien la visión. Así que me senté en el borde de la plazoleta que delimitaba la acera.
Ahí recién la vi. La sangre goteaba de sus dedos, de sus piernas torcidas sobresalían los huesos, rotos por el golpe. Si multiplican la velocidad por la masa del auto, sabrán que solo un milagro permite que alguien sobreviva luego de tal golpe.
De su oído derecho goteaba sangre mezclada con algo gris, luego me di cuenta que era su cerebro licuado por el golpe de su cabeza en el suelo.
Testigos tiempo después declararon que la vieron rebotar con su cabeza varias veces en el pavimento, por suerte ellos mismos también fueron los que declararon a mi favor, ya que ella cruzo en donde no debía y sin mirar. Y así le fue.
Hasta el día de hoy recuerdo como si fuera ayer este accidente, que me marcó de por vida y que creo firmemente, que me hizo quien soy ahora.
Aún siento el olor de la sangre en mi nariz.
Y ese olor, me corrompe, me convierte en la peor de las pesadillas. En la soledad fantasmal hecha carne, en la necesidad que tiene el universo y el destino en causarle dolor a las personas. Me convertí en un monstruo. En una sombra.
En un asesino serial.