domingo, 21 de diciembre de 2014

CAPITULO 10 LLUVIA

Esa noche si que fue terrible, una lluvia repentina que tomó a todos de sorpresa. Faltaba una semana para que comience el verano, pero quien conoce la Patagonia sabe que aquí puede nevar en abril. La mayoría estaba pasando el día ya que en esa zona del parque Futalaufquen no estaba permitido pernoctar. Un lugar perfecto para hacer un asadito mientras miras el lago sentado en una reposera con un vasito de cerveza en la mano. Hasta que la Patagonia te cae encima, en un rato nomas se cubrió todo el cielo, negras las nubes y el trueno sonó a lo lejos. Eso significaba una sola cosa. Éxodo masivo.
El aguacero pego fuerte, las primeras gotas dolieron en la espalda como si fueran piedras. Por las dudas me metí debajo de un ciprés antes que me caiga un pedazo de hielo en la cabeza, suele granizar en tormentas como esa.
La gente levantó sus cosas muy rápido, en realidad veía como tiraban las cosas dentro de los vehículos y salían como si el diablo los persiguiera.
En cambio yo me lo tomé con calma, me prendí un cigarrillo y admire el lago, su superficie había cambiado. De las suaves olas pasó a la calma absoluta, el color verde azulado se mezcló con la obscuridad de las nubes y terminó en un gris-negro.
No se cuanto tiempo estuve mirando el lago, pero una vez me desperté del ensueño mágico sentí los síntomas. Tenía sed. Sed de matar.
Quedaba poca gente en la playa, algún que otro bobo que pareciera tentar al destino con que le caiga un rayo en la cabeza. En el bosque era distinto, había infinidad de árboles, demasiados como para que pegue uno justo en el que me cubría.
El ruido de la lluvia era realmente atronador, golpeaba con tal fuerza que no se oía nada más. Para quien ha vivido este tipo de tormentas, conoce lo que digo.
Lentamente comencé a curiosear a mí alrededor, quedaban un par de autos nada más, todos turistas, nadie de la zona. Tuve una sensación rara, como un deja vú. Abrí el baúl del auto y saque el rollo de nylon de pesca y el “amansa locos”. Me puse el sombrero de cuero para poder fumar sin que se moje el cigarrillo y enfile para la playa. Para los que no conocen los lagos del sur, la playa es todo piedra, muy poca arena, en realidad nada de arena, así que es difícil caminar, sobre todo con el aguacero que impedía ver a medio metro.
Un tiempo atrás me armé de un “amansa locos”, así le decían en el campo a un rebenque mucho más grueso y pesado que el que se usa en los caballos. Le saqué la parte de cuero delgada, la lengua. Y me quedé con la parte del garrote que es de donde se agarra. Bueno para atontar, no para matar.
Así andaba armado con el garrote y el nylon de pesca, mojado completamente como si me hubiera metido con la ropa al agua. Lo único que recuerdo es que perdí la noción del tiempo, no sabía si era de tarde o de noche, tal así era la negrura de la tormenta. Iba caminando con mucho cuidado, lejos del agua y cerca de los árboles, así a ningún rayo se le daba por pegarme en la cabeza.
Imposible prender un cigarrillo, todo pasado por agua, puteando en voz baja al clima seguí caminando, no se cuanto, quizá una hora más. Lo que sí se, es que cuando terminó todo llegue de noche al pueblo.
A lo lejos me pareció ver algo que desentonaba con la playa, me acerqué con cautela (nunca se sabe lo que puede haber en un bosque), y no era más que un kayak pequeño, supongo que sería del tipo individual. Me acerqué un poco más para verlo mejor, en ese intento tropecé con algo y me destroce contra el suelo. Las manos llenas de piedras clavadas en la carne, una rodilla que sangraba bastante a través de los pedazos de tela rotos del pantalón, ah y el crack que escuché en la rótula no debería ser nada bueno. Cuando me incorporé, en realidad gateando me agarré de una roca enorme, que no se como no me rompí la crisma contra esa redondez gigante, había un hombre que acurrucado trataba de guarecerse de la lluvia. Claro, era tal el ruido de las gotas y los truenos, que el tipo no me había oído caer.
Pensé unos segundos que haría, estaba agachado con la cabeza entre las rodillas, justo como para que recibiera un golpe del “amansa locos” en la nuca. Cuando tenía el palo en lo alto tomando impulso, me doy cuenta que no era agua el charco debajo de él, era sangre. Le muevo el hombro para ver si reaccionaba y apenas lo empujo se desparrama para un costado y quede semi apoyado en la roca.
Quedé pasmado, yo creo que debería haberme ahogado con toda la lluvia que entró en mi boca abierta de la sorpresa. Primero fue sorpresa, luego intriga y lo tercero no me lo esperaba. Miedo.
Del chaleco salvavidas abierto se escurrían las tripas del hombre, la mayoría había quedado en el charco debajo de él, pero algo colgaba aún de su vientre. La intriga hizo que me agachara para mirar bien, quería saber que le pasó. Tenía un corte a lo ancho y se abría hacia arriba hasta el esternón. El tajo era limpio, no se veía desgarro, en ese instante recordé todo lo que había investigado, leído, mirado. En mi mente desfilaban infinidad de imágenes de heridas de la pared abdominal, auto infligidas y hechas por algún homicida. Y segundos después llegué a la conclusión de que fueron hechas con un bisturí o algún cuchillo afiladísimo, además el corte era recto, perfecto. Le revisé la cabeza y en la nuca noté una inflamación, una dureza. Alguien le había dado un golpe para atontarlo y luego lo destripó aún estando con vida. Ahí sentí el miedo.
Alguien más acechaba, miré la negra sombra del bosque en un vano intento de conocer al asesino, creyendo que aún estaría ahí mirando su obra. Pensando quizá en el placer que sintió al cortar a una persona y verla desangrarse hasta morir. También podría ser un acto de venganza. Lo único que estaba mal, era mi presencia ahí. No pensé más, busque una piedra bien pesada y plana, le até con muchas vueltas el nylon de pesca para que no se salga así nomas. Le dejé unos metros de largo y la punta se la enrolle al cuello. Llevé la piedra hasta el agua y luego arrastré el cadáver dentro del lago hasta que ya no hice pie, me dejé llevar un par de metros por el peso de la piedra y recién ahí la solté, no pude ver si la piedra se lo llevó al fondo, pero pasado el tiempo me dí cuenta que sí, hizo su trabajo. Volví nadando buscando la costa borrosa, el bosque casi no se veía. Busqué la roca en donde estaba recostado el muerto, busque indicios de lucha, huellas, pero la lluvia habría borrado todo seguro. Mire dentro del kayak, estaba vacío. Volví a mirar al bosque, temiendo que me espiara el asesino, me sentía desnudo. Parecía ridículo, un asesino teniéndole miedo a otro. Por suerte la lluvia se encargaría de lavar la sangre, y las tripas lo harían los animales.
Esta vez volví bordeando el lago, no quería estar cerca de la obscuridad de los árboles. Cuando llegué al auto tiritaba de frío, la temperatura había bajado muchos grados. Mientras me ponía ropa seca y me fumaba un cigarrillo, pensaba. No le hice un favor al desaparecer el cuerpo, no quería que nadie estuviera investigando un crimen, prefería que investigaran una desaparición, un ahogamiento por las inclemencias del tiempo. Solo encontrarían un kayak vacío. Ninguna pista. Un turista más que se dio vuelta con el kayak en un lago desconocido con mal tiempo.
Con los años viví cosas muy fuertes, pero esa vez conocí el miedo.

Tenía competencia.

viernes, 19 de diciembre de 2014

CAPITULO 9 HUMANIDAD

Cada vez me hice más preciso, ya era mucho más fácil no solo planear el crimen si no también la tarea de asesinar. Como bien dije “crimen” me queda más que claro que lo que cometí fueron crímenes horrendos y crueles. No me importaba nada de nada, digamos que mi amor por la humanidad había desaparecido hacía rato. No me alcanzaba con rondar por ahí maquinando en mi cabeza lo que haría, me había impuesto límites, horarios, cuidados extremos y mucha lectura sobre el tema. La gran Internet me enseñó demasiado quizá, casi nubla mi espontaneidad (eso era lo que más me gustaba), es impresionante como Internet te enseña de todo, desde hacer una wafles con dulce de leche hasta como desangrar a una persona en distintas posiciones y con cualquier arma con filo. Eso solo podía significar dos cosas, o estaba lleno de otros asesinos como yo o…estamos todos locos en este mundo. Mmm, creo que me inclino ahora a pensar en lo segundo. Tal vez sea esa falta de “humanidad” que pareciera que se ha ido esparciendo en el corazón de más personas. No se, a veces quisiera pensar que las personas que maté eran malas, odiosas, delincuentes, asesinos (como yo), pero no, no sé si lo eran, me daba lo mismo matar a alguien bueno que a un malo. Para que se entienda mejor, me importaba muy poco que la gente muera, buena o mala. Espero que mi punto de vista esté claro ahora. Tampoco me creo un monstruo, todos los días las personas mienten, engañan, abandonan, roban y no lo sabemos, pensamos que son gente de bien. Incluso aquellos casos de vecinos que después se vienen a enterar que eran jerarcas nazis o asesinos. Sin  comentar el hecho de una vez descubierto el crimen, purgar los años que la ley impuso y te los podes encontrar en la fila del mercado esperando a pagar las compras. ¿Qué significa esto? Que la vida no vale una mierda, y por eso tomo ventaja. Yo creo que la evolución nos llevará a esto, para poder tener una bolsa con comidas colgando de la mano, tendremos que ensangrentarnos las manos, matando a otros por esa comida. Y ahí, ¿va a importar algo la vida de los demás? Te lo contesto yo, NO, no servirá de nada la vida. Y no creo que se en un futuro muy distante.
Una vez le preguntaron a un asesino serial, porque había cometido esos crímenes tan horribles y sin sentido y su respuesta fue: ¿Por qué no?
¡Que respuesta! Yo pienso de otra forma.
¿Es una locura pensar que los asesinos sin sentido somos el futuro? ¿La evolución? Entonces la culpa no es nuestra, es de la sociedad asquerosa en que vivimos. Hace tiempo vi una película que se llama: “La noche de la bestia”, en esa época de la humanidad se les daba una noche completa para cometer sus mas bajos instintos, matar, violar, robar etc y no serían condenados, solo por esa noche, una vez al año. Cuando vi esa película, yo ya era quien era y me dio escalofríos, porque veía como las personas podían sacarse la careta y demostrar quienes son realmente por dentro, solo por una noche. Y ¿Qué somos? Monstruos, eso somos. y luego nos ocultamos bajo la máscara de la mediocridad humana, y lloramos cuando un gatito es pisado por un auto, cuando una nena se pierde (en realidad casos así fueron comprobados luego siempre que los padres mismos mataban a sus hijos o los desaparecen), y cuando una bomba explota en algún país que jamás podremos conocer personalmente, ahh pero mientras seguimos cocinando, comiendo, tomando, hablando mientras pasan esas cosas, no hacemos nada por impedirlas, solo lloriqueamos ante la tele, eso nos indica que el mundo todo se fue a la mierda. Por eso mismo habemos gente como yo, que nos regocijamos con la muerte, con matar con nuestras propias manos. No soy como esas personas que no pueden ver en la tele como matan a un animal para comerlo, pero mientras se come un pedazo de asado de vaca jaja. Yo hago la diferencia, me ensucio las manos con la sangre. No me molesta, me gusta.
Y ahora mismo tanta charla me dio ganas de salir, de dar unas vueltas por la ciudad, esta vez me gustaría probar usar la famosa cuerda de piano, dicen que es lo mejor para ahorcar.

Quizá tengas suerte de probarla.

miércoles, 16 de julio de 2014

CAPITULO 8 LA CLINICA



Hace unos años ya, no importa cuantos, tuve que someterme a una cirugía, aunque de carácter menor estuve dos días internado. Luego del primer día de operado me sentía muy bien, caminaba por toda la habitación más por aburrimiento que por necesidad de retomar fuerzas. Lo que me dí cuenta estando internado, es que la clínica apenas si tenía dos enfermeras para cuidar a todos los enfermos en el turno noche. Eso me dio una idea y aprovechando que cada una estaba en una habitación realizando su trabajo que le llevaba alrededor de diez minutos.
Unos pocos metros de mi habitación estaba terapia intensiva. Como ya había dado unas vueltas sin que me vean para tantear el terreno y ver quienes estaban en ese cuarto, conocía muy bien el lugar.
Cuando entré por las puertas dobles de vidrio, que mantienen libre de virus y bacteria la zona, sentí el olor a limpio, un aroma especial que solo se siente en lugares con asepsia al cien por ciento. Y el ruido, el ruido de un respirador que resoplaba el aire que ese paciente no podía hacerlo por sus propios medios. Había tanto silencio que casi podía oír las gotas del suero golpeando al caer. Solamente estaban dos personas, dos viejos. El que estaba más cerca de la entrada estaba conectado con varios sueros, supongo que con distintas medicaciones y calmantes, pero el otro que estaba más alejado era el que usaba el respirador. Hacia él apunte mi mirada, tenía que pensar rápido que haría, no quería que me pescaran con las manos en la masa.  El hombre que yo pensaba estaría en coma o simplemente dormido, en realidad estaba con los ojos bien abiertos mirando el techo. A pesar de tener el respirado y varios tubos que salían de su cuerpo no se lo veía tan mal. Cuando me acerqué notó mi presencia y cambió de posición para mirarme. Se sorprendió un poco al verme con la bata de enfermo, quizá habrá creído que era una enfermera. Nos miramos un momento eterno, que duro un abrir y cerrar de ojos. Y encaré a la maquina que controla al respirador, miré todos los botones (estaban en inglés) hasta que encontré el que apagaba la alarma sonora y el botón de apagado. A todo esto el hombre seguía atentamente mis movimientos. La mirada era más de curiosidad que de temor, eso me intrigó. Así que lo miré fijamente mientras apagaba la alarma sonora. Y puse el dedo en de apagar el respirador. Yo creo que desde que entré en el cuarto hasta ese momento habrán transcurrido tres minutos, o diez horas, nunca lo supe.
El viejo sonreía. Le pregunté si quería que apague el respirado. —Vas a morir —le dije.
El hombre seguía sonriendo y asintiendo con la cabeza. Eso quería. Deseaba que terminara con esa tortura. Lo pensé un momento y volví a prender la alarma. Le acaricié la cabeza. Me acerqué hasta su oído y le susurre. —Dejándote vivo, te di muerte.
Retrocedí y me fui a mi cuarto, antes de salir lo miré. A pesar de la mascarilla de oxígeno y los tubos que salían de su garganta pude darme cuenta que lloraba.
Al otro día a la mañana me dieron el alta, luego que me vestí y agradecí al médico y a las enfermeras, me escabullí hasta terapia intensiva.
La cama del viejo estaba vacía.


miércoles, 11 de junio de 2014

CAPITULO 7 DE CAMPING


Hace mucho tiempo que tenía en la mente una idea y cuando eso pasaba no paraba hasta realizarla. A veces me llevaba tiempo, pero en este caso particular fue muy rápido. Un verano hará unos quince años atrás salía a caminar muy seguido a la montaña, siempre buscando lugares para desaparecer un cuerpo sin dejar rastros. Otras veces lo hacía de puro gusto de sentirme perdido en la hermosura del bosque, donde el tiempo parecía correr más lento. En ese momento comenzaba el auge del turismo, ofrecían desde cabalgatas, caminatas hasta pernoctes en maravillosos lugares cercanos o un poco alejados de la ciudad. Yo buscaba precisamente los que acampaban fuera de la zona citadina. Me tomé mi tiempo para conocer antes la zona, los observaba de lejos. Anotaba sus movimientos, horarios, cantidad de personas etc. A la noche en mi campamento un par de kilómetros más lejos estudiaba todo y después lo quemaba en el fuego. Estuve sí un par de semanas, hasta que llegó un grupo que me gustó. Ya había fijado mi objetivo, un grupo de extranjeros alemanes, entre ellos estaba una mujer hermosa de cuerpo estilizado, parecía una atleta por el físico. Esperé dos noches para registrar bien la rutina de ese grupo a la hora de acostarse a dormir, luego de la cena se sentaban alrededor de un fuego y charlaban y cantaban. Ya tarde se veía que se retiraban a sus carpas rendidos por el viaje, el paseo y el cansancio. Ese era mi momento. Bajé del grupo de rocas que era mi observatorio y con mucha tranquilidad me acerque a la carpa en cuestión. Escuché unos minutos que la mujer durmiera profundamente, unos pequeños ronquidos que no cambiaban en tonalidad. Era un sueño profundo. Despacio, con mucho cuidado bajé el cierre de la entrada. La mujer seguía roncando. Metía la cabeza aguantando la respiración para no hacer el mínimo ruido. Los latidos sonaban fuertemente en mi cabeza. Saque el frasco con el anestésico, puse un poco en un trapo y tomé su cabeza suavemente. Seguía durmiendo, aproveche ese sueño sin esperanzas ya para ella y le aplique el trapo en la nariz y boca. Al cabo de unos segundos los ronquidos se apagaron y solo quedo un dulce resoplido. De a poco y con mucha calma la saqué de su bolsa de dormir. Se complicó un poco para arrastrarla fuera de la carpa, hasta que pude levantarla y subirla a mi hombro. Era una pluma, no pesaría ni cincuenta kilos. La llevé por un costado donde la tenue luz del fuego apagándose no proyectara nuestra sombra. Tardé varios minutos en transportarla hasta las rocas, cuando llegamos la bajé y recosté en una pared. Busqué una rama que había dejado por ahí y volvía al campamento. Cuando llegué me puse los guantes y entré a buscar unas cosas en su carpa, su campera, la cámara de fotos y sus zapatillas, ella tenía puesto un pantalón finito que usaría de piyama, así que me ahorró esa tarea complicada. Salgo de la carpa y la cierro como estaba antes. Con la rama voy borrando mis huellas, solo dejé las de ella. Seguí así hasta que llegue a las rocas. Por suerte el anestésico era fuerte así que dormiría hasta el amanecer. Le puse la campera, las zapatillas y esperé que fuera el momento indicado. Para esto tendría que esperar unas tres horas más o menos. Luego de ese tiempo de interminable espera, donde seguía atentamente su sueño, llegó el amanecer. Prendí la cámara de fotos (con los guantes puestos por supuesto) activé que salga la fecha y la hora y saqué varias fotos del amanecer. Le puse la cámara en el bolsillo de la campera y subí con ella los últimos metros que en vida recorrería…en sueños claro. Cuando llegué la acomodé para que estuviéramos cara a cara y la sacudí varias veces para que se despertara. La somnolencia hacia mella, pero el fresco en la cara y los sacudones y darse cuenta que no era la suave colchoneta de su carpa la despertó. Me miró y en ese momento la empujé. Su cuerpo cayó aleteando y golpeó pesadamente entre las rocas afiladas de abajo, unos veinte metros quizá, no había forma que sobreviviera. Más que grito fue un quejido lo que salió de su boca, perdido en el aire frío del amanecer y que fue apagado abruptamente al llegar a su destino final (no la película). Después de todo esto, admire los colores del cielo un rato y encaré hacia mi campamento. Levanté todo y me fui caminando para apostarme en otro sitio bien alejado de la escena del crimen. Todo terminaría con la teoría policial que la mujer se levantó para ver el amanecer y tropezó cayendo al vacío, las fotos con la hora serían la coartada perfecta, de un crimen perfecto. Décadas después aún recordaría como el rojo del amanecer llenaba ese hermoso rostro para quedar para siempre en mi memoria.

martes, 20 de mayo de 2014

CAPITULO 6 TORSO



No me costó mucho aparentar, no podía andar por ahí diciendo, —Che veni que te cuento como maté a un tipo ayer. Seguía mi vida normal, iba a trabajar a la escuela como todos los días, tenía una novia que me quería (bah eso decía ella), continuaba frecuentando mis amistades cada tanto. Así que uno cuanto más oculta, más tranquilo está. Tampoco voy a negar que me cruzaba con cada uno/a que me decía por dentro, que ganas de partirle un fierro en la cabeza y zapatearle los sesos, pero como dije antes, nunca se debe matar a un conocido, vecino, amigo, pariente. En realidad ni se imaginaban de lo que se salvaban (me moría de ganas de hacer una excepción con más de uno).
Pero hoy quería seguir con el hilo de mi relato, mis primeras veces. Cuando aún mis manos estaban apenas manchadas por sangre desconocida.
Me metí en el mundo fascinante de Internet, desde ahí podía vigilar a las personas, sus movimientos, inclusive con el Google Earth podía mirar como era tu casa y tu patio, que auto tenías hasta si tenías perro. Internet es igual a chau intimidad. Y a mi delicia.
Me di cuenta que en ciertos grupo de Facebook se juntaban para intercambiar necesidades de los viajeros/mochileros, unos a otros se ofrecían o conseguían alojamientos baratos o gratuitos, comidas, viajes etc. Y en lo que me percate es en que la mayoría de las personas de esos grupos de expedicionarios mundiales…eran solitarios. Se dedicaban a recorrer varios países, se alojaban en hostels o en casa de familia, pero siempre solos. Eso me dejo pensando, que fácil que sería todo para mí si pudiera contactar de alguna forma a esos viajeros. Ya sé que para algunos que me leen les resulta chocante saber como cuando y donde mataba a mis víctimas, por eso también para que vean que no solamente era matar así nomás les cuento esto, había una tarea, una inteligencia previa, lo que yo hacía era arte.
Algunas partes son muy bizarras y sangrientas, lo sé. ¡Pero es la realidad! Pongan Crónica tv o cualquier canal al mediodía de noticias, mientras ustedes comen con sus hijos menores de la tele chorrea sangre, miseria y dolor. ¿Y eso no les molesta no? Quizá para ustedes sea una costumbre familiar sentarse a comer mezclando el morfi con sangre, sesos y llanto. Entonces, yo me convertí en el proveedor del show del mediodía para que las familias lo disfruten.
¿Un poco de sarcasmo no está mal no? Jaja
Volviendo al tema, esta será otra historia, una de las más bizarras que me ha pasado.
A través de uno de esos grupos pude rastrear a una persona que vendría aquí, a esta ciudad a pasar los meses de verano, solo y en carpa. No hablaba el idioma (tampoco quiero entrar en detalles que podría llegar a revelar mi identidad) y tampoco le importaba mucho, ya que venía a estar en la naturaleza, no con la gente. Por eso cuando podía huía del clima frío de su país y cruzaba el atlántico para disfrutar un verano cálido y tranquilo.
Era un hombre imponente, alto y fornido, parecía esas caricaturas de los leñadores de los cuentos para chicos.
Se había instalado en una zona no muy lejana y subía a Instagram (popular pagina de imágenes) las fotos que sacaba cada tanto, esta persona era de esas que preferían el recuerdo y el placer en la mente y no en las fotos.
Pensaba como yo, prefería recordar una muerte a que tener la foto pegada con un imán en la heladera.
Por las fotos pude ver más o menos porque zona andaba, una tarde armé mi mochila como para tres días y salí a su encuentro. Mientras subía la montaña iba imaginando lo que haría, esta vez incursionaría en la anatomía humana, pero profundamente.
Hice campamento bien alejado del poblado cercano, un pueblito de pocos habitantes, había una escuela con unos veinte alumnos. Era un paraje.
Caminé por varios senderos hasta que encontré lo que buscaba, huellas. Estuve toda la tarde rastreando el lugar, cuando me sentí cómodo con el ambiente, me relajé y esperé que volviera.
El hombre tenía una carpa para dos personas del tipo iglú, había armado una mesa improvisada con troncos, un círculo de piedras encerraba un fogón donde obviamente cocinaba y se daba calor. En unos árboles cercanos una ropa mojada colgaba.
No pasó mucho tiempo hasta que apareció, se sorprendió bastante al verme, miró alrededor buscando más personas. Quizá se tranquilizó al darse cuenta que andaba solo, como él.
Me sonrió y me tendió su mano y dijo “Olek”, tal era su nombre. Y yo le dí el mío. El apretón me dolió, era una manaza no una mano. El tipo mediría un metro noventa por lo menos, unos veinte centímetros más que yo.
Me preguntó si hablaba inglés, como le dije que si nos pusimos a conversar en ese idioma. Me contó de donde venía y a donde iría, quería saber de algún lugar cercano con una cascada o laguna. Le indique con ademanes que muy cerca había una laguna. Como le expliqué que hacía trekking por dos o tres días me invitó a acompañarle.
Esa noche mientras cocinaba un guiso hablamos mucho, sobre sus viajes y los lugares que conoció. Era un hombre con mucho mundo, casi me daba pena matarlo, casi.
Antes que obscureciera más, luego de cenar me despedí prometiéndole que le buscaría al otro día.
Cuando volví a mi carpa no podía dejar de pensar en sus ojos soñadores al relatarme una aventura en tierras lejanas. Me había comentado que su deseo era morir en el bosque, rodeado de la naturaleza.
Eso, se lo iba a conceder al otro día.
Ya de mañana me preparé un desayuno fuerte, no sabía cuanto tiempo me demoraría le trabajo ni cuanto estaría sin comer. Así que cargue bien el estómago y me fui.
Cuando llegue ya estaba esperándome con una mochila en al espalda, miraba el valle y sonreía, cuando se dio cuenta que llegué me mira y me dice “maravilloso” en un español algo articulado.
Comenzamos a caminar por un sendero y después de varios kilómetros nos salimos de él. Cada tanto miraba la brújula para no perderme y poder seguir derecho hasta nuestro objetivo. Dos horas después se escuchaba un ruido a lo lejos, era una caída de agua que formaba una pequeña laguna profunda debajo de la roca. Cansado y hambrientos nos sentamos a descansar y a comer unas galletas dulces. Cuando terminamos el gigante se sacó la ropa y con un grito se tiró de cabeza al agua. Yo lo miraba nadar y reía junto con él. Me parecía muy bizarro dejándolo disfrutar ese momento cuando mentalmente estaba preparando su muerte. Parecía como si fuera un condenado a muerte que le dan su última cena. Cuando me canse de esperar salga del agua hice un lugar en la piedra plana en que estaba sentado y le llame para que venga a descansar.
Salio casi arrastrándose del cansancio y se desparramó en la piedra.
Cuando sentí se respiración se aquietó y su cuerpo se relajó, saque de mi mochila el cuchillo de caza que había llevado para tal fin, miré su abdomen y calculé en donde le daría le golpe. Recordé como lo hacían lo aztecas, debajo del esternón y seguían cortando hasta el ombligo.
Y así lo hice. Le clavé con toda mi fuerza la hoja filosa, sentí el choque contra su columna junto con el grito atroz y desgarrador que dio. Eso sí que me sorprendió, evidentemente algún nervio debí haber cortado porque el tipo no podía moverse, solo gritar. Entonces seguí con lo mío, volví a tomar la empuñadura y corte como serruchando hacia abajo, la carne se habría como si fuera manteca. Las tripas desbordaron y escurrieron por los lados. Yo estaba fascinado con la visión.
Metí la mano en su pecho abierto y busqué su corazón, palpitaba rapidísimo, eso era porque al perder sangre el corazón bombea más rápido para compensar esa falta de sangre en el cuerpo y de esa forma se desangra más rápido aún. En estos pensamientos estaba cuando sentí su mano tomándome del brazo. Algo de vida le quedaba al fortachón, tomé su mano con la mía hasta que su corazón dejo de latir en la otra.
Me saqué la ropa y me metí en la laguna helada, lave la sangre de mi cuerpo. Y salí revitalizado.
Proseguí con la tarea de descuartizar lo que ahora era un cadáver grande y pesado. No podía enterrarlo allí porque era un lugar concurrido por la gente de la zona. No podía arriesgarme. Cuando terminé mi tarea me tuve que lavar la piedra y  darme otro baño, parecía un matarife.
Camine unos cientos de metros y arroje el torso por ahí, para que la propia fauna se encargue de desaparecerlo. Volví a buscar el resto y lo llevé en la dirección contraria, así estuve varias horas desparramando los despojos. Cuando regreso a buscar la última parte escucho voces y el chasquido inconfundible de alguien que esta caminando sobre hojas y ramas secas.
Mi corazón dejó de latir.
Toda la adrenalina se acumuló en mi garganta y me produjo nauseas. Era miedo, terror a ir preso.
Metí lo que quedaba de Olek en la mochila y salí corriendo como alma que la busca el diablo.
No miré atrás ni una vez me detuve solamente cuando llegue al campamento. Agarre la pala y me puse a cavar bien profundo, en el pozo metí la carpa y todas las cosas que estaban a la vista, si quedo algo no sabría decirlo, no tenía tiempo como para andar buscando cosas cuando sentía que tenía el aliento en la nuca de la policía.
Desarmé mi carpa, junté mis cosas y en la mochila un pedazo de Olek. Cuando llegue a la ciudad, sentía que todos me miraban, estaba muy perseguido por las circunstancias. Di varias vueltas antes de llegar a casa, tenía pánico de que alguien me haya seguido. Una vez dentro me tiré en el sillón y dormí horas. Cuando desperté recordé, saque de la mochila los restos y los metí en el freezer que estaba en el garage. Me di un baño largo, reparador y me senté a ver la tele.
Mi sorpresa fue enorme cuando un tiempo después, no importa cuanto, alguien encontró el torso.
Pero esa es otra historia.



jueves, 15 de mayo de 2014

CAPITULO 5 CIGARRILLOS



A veces lo que uno piensa se convierte en el peor de los miedos. Y eso pensaba a cada rato, que alguien me pescara, así que aunque con todas las ganas que tenía en mi camino de asesinatos, tuve que guardarme un tiempo.
Completé el espacio en investigar más cosas, casos policiales y a seguir de cerca las investigaciones que por lo menos en los medios salían sobre los crímenes cometidos en los últimos meses. A pesar de todo me mantenía tranquilo, pero mi mente seguía en torturarme con que había dejado algún cabo suelto.
Por supuesto que no volví nunca por los lugares en donde había matado a alguien, sabía que los investigadores tenían como certeza que el criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Así que ni loco pisaba ahí.
Después de tres meses sin cometer ninguna atrocidad (esto para la mente de los normales, ya que para mí era algo lógico) decidí ponerme en campaña y continuar con mi tarea. Para esto elegí a una mujer, que sabía vivía sola. Nunca, pero nunca había que hacerlo con algún conocido, siempre está la policía intentando atar cabos sobre amistades, compañeros de trabajo, gente del barrio,  familiares y etc. Por eso yo siempre elegía al azar. Y este fue el primer caso que lo hice así.
Ya había decidido como matar, de que forma si es lo que están pensando ustedes. Solo faltaba la manera de llegar a tal fin.
Luego de estudiar el barrio y la casa un par de veces. Me pareció que la manera más cómoda era entrando de noche. Para esto debía tener alguna excusa si alguien me llegaba a ver rondando por ahí, como había un kiosko, y ya una vez me había salido bien con el hombre que se torció el pie. Tome como más factible esa forma, de explicar que había ido a comprar cigarrillos. Así que hice eso.
Pasé a comprar puchos y mientras fumaba me fui despacito y sin preocupaciones.
Me había puesto una campera vieja con manchas de trabajo, porque en el bolsillo llevaba unos guantes de latex, si preguntaban era una campera que usaba para hacer arreglos en casa cuando hacía frío y quien sabe de cuando estaban esos guantes ahí.
Cuando llegué a la cuadra donde la mujer solitaria no se esperaba que fueran los últimos minutos caminé más despacio. Un muro muy fácil de saltar me dio la entrada perfecta al patio. Toqué el timbre que estaba en la puerta y me fui hasta el fondo, calculando que habría evidentemente, una puerta trasera con salida al jardín, que desde la vereda se alcanzaba a ver un poco. Casi al llegar al final se escucha una voz que pregunta quien era (al que tocaba el timbre). Me imaginé que al no recibir respuesta abriría la puerta para asomarse a ver quien es el que llama. Por suerte, no pensé que fuera así, la puerta de atrás no tenía llave. Y en un tendero se veía ropa colgada. ¿Habrá sido tanta mi suerte y su mala suerte que recién había colgado ropa? Nunca lo supe.
Cuando entré un gato que dormía sobre un almohadón me saludó bostezándome. Con los guantes ya puestos, encaré por el pasillo hasta la puerta de enfrente cuando justo oigo que la cierran y una bocanada de aire llegó hasta mí. La mujer estaba tan cerca que pude sentir su perfume.
Nos encontramos de frente. Nos miramos. Como vi que se paralizó por la sorpresa y el miedo instantáneo que le dio por ver a un extraño, aproveché.
Un certero golpe al estómago aplacó los ímpetus de gritar, al dejarla sin aire por el golpe la tomé del brazo y le hice una maniobra para que quede su espalda en mi pecho. Esta vez no tenía sed de sangre, quería ver la muerte cara a cara. Con un brazo hice presión sobre su garganta para taparle el paso de aire, con el otro brazo la inmovilicé. Recién ahí el instinto de supervivencia hizo carne en ella. Comenzó a patalear y a tratar de zafarse de ese abrazo mortal. Pero no pudo hacer nada, cuando sentí que se desmayaba, la empuje para que siga de pie caminando y no se cayera en el trayecto hasta su dormitorio. En el pasillo había dos puertas, al entrar me percaté que una era el baño, así que la otra indefectiblemente, era su habitación.
La tiré sobre la cama boca abajo y luego la dí vuelta para que su rostro quedara hacia arriba. Cuando se le pasó el sopor de la falta de oxígeno, me senté sobre ella inmovilizando sus brazos y piernas con mi cuerpo. Ya con las manos libres aprisioné su garganta fuertemente con mis manos ya apreté de a poco, hasta que su cara se transformó. Se puso roja por la congestión de la sangre. Los ojos desorbitados por el terror no dejaban de mirarme. En un momento, no se los minutos o segundo que habían pasado, se entregó. Su cuerpo se puso laxo y sus ojos se pusieron vidriosos, quizá por las lágrimas que comenzaron a correr por su cara. Seguí apretando hasta que supe que ya no había más latidos en su joven corazón. Y continué, seguí con mis manos como garras de águila sobre su presa. Sabía que aún podía quedar un impulso final, en donde el cuerpo en un solo movimiento explosivo liberaba toda su energía para sobrevivir. Como no lo hizo, supuse que ya había muerto. Sus ojos marrones miraban la nada.
Me incorporé y la miré mucho tiempo, creo que fueron años que estuve así.
Con la mujer muerta y mis impulsos asesinos saciados no me quedó más que la penosa tarea de hacer limpieza. Saque las sábanas y el acolchado de la cama y las metí al lavarropas, en el piso había una pequeña alfombra que también la puse a lavar, en vez de poner el jabón líquido que había ahí, le mandé el litro entero que encontré de lavandina sin usar. Eso mataría todo pelo, fibra o célula dérmica mía que podría haber quedado como prueba. La campera la quemaría en casa.
Miré a mí alrededor para revisar que nada quedara para la policía. Me fui por donde vine, antes de salir a la vereda miré y escuché por si alguien andaba en la cuadra. No se veía ni oía nada. Salté el muro y me fui. A pocas cuadras encontré un canasto de basura con una bolsa sin llevar por el basurero, ahí me desprendí de los guantes. Ya no quedaba nada que me incriminara.
Mientras volvía a casa abrí el paquete de cigarrillos y regresé fumando y recordando sus ojos marrones.


miércoles, 14 de mayo de 2014

CAPITULO 4 RESBALÓN



Me acuerdo aquella vez que el tiempo se detuvo, sentía en la cara como las gotas de sangre golpeaban en cámara lenta. Mis brazos bajando en un solo movimiento violento, frío, sangriento.
Todo comenzó una noche de invierno, con tanto frío que ni los gatos andaban por las calles. Había salido a comprar unos cigarrillos al kiosco, cuando el destino decidió otra cosa.
Estaciono el auto en la esquina donde estaba el kiosco y veo un tipo que patina por el hielo en la entrada de auto de una casa y se da tal golpe que queda retorciéndose de dolor. Ni lerdo ni perezoso me bajo a ayudarle. El tipo se había roto el tobillo o esquinzado muy mal el tobillo. Se quejaba mucho del dolor. Le ofrecí llevarlo al hospital en el auto.
En ese momento yo creo que el mundo se detuvo y congeló el aire. Se veía una bruma que comenzaba a cubrir las veredas, parecía sacado de una película de terror.
A duras penas podía apoyar el pie el hombre, pero apoyado en mi hombro nos fuimos acercando al auto. Lo mando para el asiento de atrás y una vez bien acomodado, relojeo la calle para ver si alguien se había percatado de la caída.
Nadie.
Cuando me subo antes de arrancar el auto saco de la guantera la picana que había comprado en Internet y estirando el brazo como para acomodarle mejor la pierna en el asiento, le aplico varias veces el choque eléctrico.
Ahora que recuerdo casi me causa gracia, por la cara que ponía cada vez que lo chuzeaba con la picana. Se le contraía la cara por el espasmo. Me di cuenta que con la primera aplicación quedó paralizado, le mande tres más por las dudas y justo ahí se desmayo.
Pobre tipo, jamás se imagino que se iba a despertar en el garaje de mi casa, desnudo sobre un plástico en el piso y atado de manos. Los ojos desorbitados por el miedo y supongo también por el dolor del tobillo. Como aprendí a hacer nudos marineros no había forma que se pudiera desatar, de ninguna manera lo podía hacer. Así que le deje que se revuelque a gusto un rato tratando de desatarse. Cuando por fin veo que se canso de retorcerse voy a buscar el bate de softball que tenía guardado para ese fin.
Me puse los guantes de carnaza porque no quería romperme ni un dedo ni la muñeca con la vibración del golpe, de paso para que no quede ninguna huella.
Tomé distancia varias veces apoyando suavemente la punta del bate en la sien del infortunado. Inspiré profundamente llevé el brazo hacia atrás, lo máximo que pude. Cuando di el golpe largue todo el aire en un solo bufido, casi un grito. Un instante antes de que llegue la punta de madera redondeada a la cabeza, el hombre cierra la ojos.
El sonido que salió de la interacción de un cráneo humano y un bate de softball jamás me hubiera imaginado que sería ese. Sonó como un “bak” o “tac” pero casi agudo, no grave. Lo que si puedo describir es la reverberación del golpe en mi brazo, sentí un cosquilleo hermoso, casi orgásmico que se extendió de los huesos al músculo y de estos a la piel. Se me erizaron los pelos de los brazos del placer. Y a mi boca el gusto acre, salado de la adrenalina.
Quise probarlo de nuevo, varias veces en tantos años ya, pero ya no sonó como antes el bate, había sido la primera vez que sentí placer la matar.
Al levantar el palo una nube casi lluvia espesa de sangre inundó y lleno el garaje, estaba empapado. El piso, las paredes y hasta el techo estaban cubiertos de sangre.
Di varios golpes más para terminar el trabajo. Y listo, se terminó.
Quedó la penosa tarea de trasladar el cuerpo en el baúl, me fui hasta la laguna la z que quedaba cerca, unos pocos minutos. Estacioné en un lugar que previamente había visto favorable para hacer un buen pozo. Con la pala terminé la tarea y pude volver a casa.
Resumiendo, tuve que limpiar el desastre que había dejado, y también tuve que pintar las paredes y el techo al otro día.
Previamente limpié todo con una mezcla de lavandina y vinagre que destruía toda prueba de A.D.N. que pidieran buscar.
Después de tanto ajetreo me senté a ver una película que justo daban en la tele y me gustaba mucho.
Mr. Brooks.

lunes, 12 de mayo de 2014

CAPITULO 3 EMPUJÓN



Recuerdo una vez en que casi me equivoqué. Fue una de las primeras veces, cuando aún estaba verde, temeroso.
Pensaba en si sería necesario usar un arma de fuego. Pero había que registrarla, comprar balas cada tanto. Y siempre, quedaría la bala en el cuerpo, fácil de identificar por los peritos de criminalística. Entonces tomé la decisión de no usar armas convencionales, todo casero. Cuchillo, soga, martillo, piedras, palos. Una vez usé un zapato, pero esa es otra historia que alguna vez contaré.
Este caso no fue fácil, habían pasado dos meses del anterior crimen y el cuerpo me pedía sangre. Estaba deprimido. Yo sabía lo que quería, pero era necesario esperar bastante tiempo entre una salida y otra. No debía levantar sospechas de ningún tipo.
Pasaban las noches y no salía.
Decidí dar una vuelta por el pueblo cercano, distante a unos veinte kilómetros. Era verano, las noches tan cálidas y hermosas que daba gusto volver a tomar el auto. A los pocos kilómetros veo un auto parado a un costado del camino cuesta abajo, me detengo detrás. Una mujer que había pinchado una rueda e intentaba sacar el auxilio del baúl. Me agradece si pudiera ayudarle. Por dentro yo pensaba, si vas a ver la ayuda que te doy. Le dije que iba al auto por unos guantes así no me ensuciaba mientras miraba que la ruta estuviera despejada. Ni un auto se divisaba en lo que quedaba hasta la ciudad.
Me pongo los guantes y regreso. Mientras tomo la cruceta le pido que alumbre la rueda con la linterna. Calculé dar un solo golpe con todos mis kilos de peso. El hierro vibró en mis manos al golpear su nuca. Pude sentir como se rompían los huesos vertebrales.
Como cayó de boca al suelo, tuve que darla vuelta para terminar el trabajo. Varios golpes a la garganta hasta que esta se abrió, se nota que con el primer golpe la maté, ya que no saltaba sangre, solo manaba como si fuera una cascadita.
Volví a mirar la ruta y a lo lejos pude ver las luces de un auto.
Todos mis temores se vieron realizados. Me agarrarían con las manos en la masa.
No sabía que hacer, unos segundos de pensamiento aclararon la situación. La arrastre por el costado y la subí al auto, la acomodé bien en el asiento del conductor. Puse punto muerto, bajé la ventanilla, prendí las luces y arranque el auto. Me puse a empujarlo desde el baúl cuesta abajo hasta que tomó envión, era un corsa así que pesaba poco.
Corrí como nunca hasta mi auto, aceleré a fondo mientras veía por el retrovisor que las luces se acercaban, alcancé a pasar justo al lado del auto mientras veía que se estrellaba contra un pino. Ahí recién suspiré aliviado, seguí acelerando unos cientos de metros más hasta que vi que las luces se detuvieron. Habrá visto el “accidente” y me reí. Me reí muy fuerte.
Cuando llego al poblado me fui hasta una parrilla para comer algo y hacer tiempo. Mientras el mozo toma mi pedido me dice que tenía una gota de sangre en el cuello. Le contesto que debo cambiar la afeitadora. Un sudor helado corrió por mi espalda. En el baño me lavo y veo que nada más había, no lo podía creer.
En ese momento escucho la sirena de la policía. Me dije, listo, te agarraron por pelotudo. Cuando salgo del baño me imaginé a la policía esperándome.
No había nadie.
Me siento y cuando me traen la parrillada pregunto el motivo de la sirena.
—Algún accidente habrá sido.
—Si, esas cosas pasan —contesto.

CAPITULO 2 ASOMBRO



Nunca pensé que mataría a una persona. Pero las circunstancias me llevaron a eso. El accidente con el auto fue lo primero que me llamó la atención. El primer indicio de algo que se gestaba en mí. Muchas veces pasé por esa avenida, las manchas de sangre seguían estando, aunque secas. La adrenalina fluía sin control. La boca se me secaba a tal punto que no podía tragar saliva.
Comencé buscando en Internet casos de asesinatos a sangre fría, premeditados. Y en casi todos había una cosa en común. Todos terminaban presos.
En esos días justo pasó una película en al tele “Mr Brooks”, relata la vida de un asesino serial con doble personalidad. Pero este estaba muy loco, tenía un compañero imaginario, quien era el que lo azuzaba para cometer los asesinatos. Pero era muy inteligente, se preparaba muy bien para hacer la tarea, hacía trabajo de investigación de la/s víctimas. No dejaba nada al azar. Pero…siempre uno se equivoca, no existe el crimen perfecto.
Pero yo encontré la forma.
Leyendo muchos casos de asesinos seriales me di cuenta que la mayoría se quedaban con prendas o trofeos de los muertos. Lo usaban para recordar y regodearse con el hecho. Yo no necesitaba eso, yo quería ver la sangre, sentir y escuchar ese lento goteo del líquido pegajoso. Ver en sus ojos como la vida se iba escapando de a poco. No sentía la necesidad de torturar como otros. Mi placer estaba solo en ver la muerte de cerca.
Con los años fui aprendiendo. Usé muchas técnicas, las personas eran distintas, no había nada que las atara a un perfil psicológico del asesino.
Estuve meses investigando. Muchas veces salía de noche y me imaginaba a tal persona en la calle, como sería matarla. Y así me fui perfeccionando hasta en el más mínimo detalle. Tampoco usaría siempre el secuestro y tampoco siempre mataría en mi casa. Usaría los alrededores. El vivir en una ciudad de pocos habitantes y esta esté rodeada de bosques y terrenos grandes, daba muchas posibilidades.
Hasta que una noche tomé coraje y salí.
Dí unas pocas vueltas en el auto, no era conveniente que alguien viera pasar el mismo auto dos o tres veces.
Elegí un muchacho que evidentemente volvía de estudiar, llevaba carpetas en la mano, como vi que iba fumando aproveché ese acercamiento.
Estacioné un par de cuadras antes. Mientras me bajaba miré a mí alrededor y no vi a nadie cerca. Cuando estuve cerca, preparé mi mano derecha y con la izquierda saque un paquete de cigarrillos. Al pasar le pido fuego. Instintivamente me miró con suspicacia, pero al verme bien vestido supuso que no era un intento de robo. Cuando mete la mano en el bolsillo, saco la mía y de un solo tajo le corte la yugular. El chorro de sangre saltó un par de metros. No emitió ningún sonido. Aproveche para recostarlo contra un cantero que tenía un arbusto bastante grande y que me daba seguridad si alguien pasaba por la calle. El joven se agarraba el cuello y me miraba sin entender lo que pasaba. Habrá pasado un minuto, cuando la vida escapó de su cuerpo. Me incorporé despacio, no había ni un alma en los alrededores. Caminé hasta el auto. Había forrado todo el interior con un plástico para que no quede nada incriminatorio en él.
Me fui despacio hasta mi casa. Me saqué toda la ropa y la queme en el fogón, el plástico también.
Mientras me bañaba pensaba en la mirada del chico. Asombro.
Yo también estaba asombrado de lo que había hecho.
Pero sentía placer.

domingo, 11 de mayo de 2014

ASESINO SERIAL (INTRODUCCION)



La primera vez que maté lo hice solo por accidente, no por gusto, eso llego años después.
La mujer cruzó en la mitad  de la calle sin mirar, debería haberlo hecho por la senda peatonal y eso marcó su fin.
Menos mal que el cinturón de seguridad siempre lo usaba, si no habría salido despedido por el parabrisas. No iba rápido, lo que marcaba la ley para las avenidas. Esta mujer tuvo la mala suerte de continuar con la maldita costumbre de los argentinos, creerse dioses. Cruzan por donde quieren, no siguen las leyes de tránsito, si quieren ponen luz de giro. Bueno, podría decirse que esta mina, no era Dios.
Cuando bajé del auto aturdido por el golpe del cinto, solo podía ver como si fueran diapositivas, me costaba enfocar bien la visión. Así que me senté en el borde de la plazoleta que delimitaba la acera.
Ahí recién la vi. La sangre goteaba de sus dedos, de sus piernas torcidas sobresalían los huesos, rotos por el golpe. Si multiplican la velocidad por la masa del auto, sabrán que solo un milagro permite que alguien sobreviva luego de tal golpe.
De su oído derecho goteaba sangre mezclada con algo gris, luego me di cuenta que era su cerebro licuado por el golpe de su cabeza en el suelo.
Testigos tiempo después declararon que la vieron rebotar con su cabeza varias veces en el pavimento, por suerte ellos mismos también fueron los que declararon a mi favor, ya que ella cruzo en donde no debía y sin mirar. Y así le fue.
Hasta el día de hoy recuerdo como si fuera ayer este accidente, que me marcó de por vida y que creo firmemente, que me hizo quien soy ahora.
Aún siento el olor de la sangre en mi nariz.
Y ese olor, me corrompe, me convierte en la peor de las pesadillas. En la soledad fantasmal hecha carne, en la necesidad que tiene el universo y el destino en causarle dolor a las personas. Me convertí en un monstruo. En una sombra.
En un asesino serial.