martes, 28 de abril de 2020

CAPÍTULO 17 CUARENTENA

Esto pasó hace muchos años atrás, en la época de la pandemia. Fueron dos años dónde un virus fue el dueño indiscutido de los días y las noches, ya que se aplicó la ley de cuarentena, se nos prohibió salir de noche y de día teníamos las salidas permitidas por algún trabajo exclusivo o solo para compras de elementos esenciales para sobrevivir.
De día gobernaba el hastío y la pasividad y por las noches un eterno insomnio.
Yo pasaba horas resistiendo la tentación de salir, sabiendo que el patrullaje era intensivo. Nadie escapaba y terminaría preso y pagando una multa por salir en horas nocturnas.
Así que en mi mente se sucedían imágenes de asesinatos pasados y tejía una maraña de hipótesis de mi némesis. Tenía muy presente que de seguro el asesino sabía quién era yo. Esa sensación durante semanas que me observaban y no era el miedo de ser descubierto. Era algo más.
Ese algo más era como yo. Un frío asesino.
Era como jugar al ajedrez con un fantasma y este encierro me impedía seguir jugando. Y las ganas eran insostenibles, algo tenía que hacer. El temor a despertarme y que esté él, al lado de mi cama, mirándome, me ponía los pelos de punta. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Estaba estancado.
Cualquiera que haya leído sobre criminología sabe que siempre, el asesino vuelve al lugar de los hechos. Es algo que no resiste. En su mente comienza de a poco a germinar la semilla de la duda -¿habré escondido bien el cuerpo? ¿Dejé todo limpio?-
Quizá debiera empezar por ahí. Recorrer la zona dónde quizá nos cruzamos, tal vez encuentre algún indicio. Pero pasaron tantos meses. ¿Será posible que haya alguna pista?
En fin, los días pasaban y las noches se estiraban más que los días. Pensando y pensando.
Una mañana me decidí y preparé la moto. En auto no podía subir a la zeta, estaban los controles y era muy probable que me pararan y no podría justificar la salida. Pero en la moto podría subir por el arenal y esquivar cualquier móvil policial y miradas indiscretas. En la mochila cargué lo necesario y con un suspiro de ansiedad arranqué hacia la subida.
El día estaba lindo a pesar de ser finales de abril. Nublado de a ratos pero con sol cálido. Subí por los caminos alternativos solo para dos ruedas, no me llevó mucho tiempo, no más de diez minutos. No me crucé con nadie, ni siquiera con pobladores del Percy. Llego a un lugar bien cerrado, bajo de la moto y la cubro bien con la red de camuflaje que llevaba para eso y la terminé de cubrir con ramas secas de pino. A cinco metros nadie podría darse cuenta que estaba ahí. Comencé la caminata que sería de una hora más o menos. Con la brújula me guiaba haciendo zigzag, para no dejar ningún rastro de sendero con mis huellas. Paré varias veces para ver si me seguían. Pero era la única alma en un radio de un kilómetro por lo menos.
Cuando voy llegando tomo mis recaudos de observación. No quería cruzarme justo con alguno que se haya escapado de la cuarentena para hacer trekking y justo la casualidad del universo lo llevaba justo aquí.
El lugar estaba tal cual lo había dejado la última vez, tenía puestas algunas marcas y pequeñas trampas para ver si alguien alguna vez pasaba por ahí. Parecía que nadie osaba ir tan lejos en el bosque. El sendero más cercano estaba a dos kilómetros, era bastante.
Saco la pala de la mochila y empieza a cavar, después de un rato saco la bolsa con las cosas que usé la última vez. Que alegría ver que estaba todo, en mi interior tenía esa sensación de que él habría encontrado mi escondite. Era algo imposible, seguirme hasta ahí era algo que ni el mejor baqueano del mundo podría lograr.
Me puse los guantes y abrí la bolsa.
Sentí que el mundo se movía en cámara lenta. El tiempo se detuvo. Todo a mí alrededor comenzó a verse borroso, sentía como la sangre desapareció completamente de mi cara y a pesar de estar acalorado por haber abierto el pozo, tuve frío, pero un frío descomunal como nunca antes había sentido. Se me erizaron los pelos de la nuca y la cabeza. Me vino a la mente en ese instante la imagen de cuando se acaricia a un gato a contrapelo. Así sentí la cabeza. Mi boca quedó seca como una esponja, quise tragar saliva por el terror y no pude. Mi mano se estiró temblando como si tuviera el peor Párkinson del mundo y agarré un papel que estaba dentro de un folio de nylon. Sentí como se mojaba mi pantalón cuando abrí la hoja y leí lo que decía.
“¿Jugamos?”

miércoles, 1 de agosto de 2018

CAPITULO 16 HOLA!

Como ya había contado antes, tenía competencia. Ese encuentro en el lago no podía ser fortuito o algo causado por el ardor de una pelea. El corte era hecho con algo tipo bisturí y el tajo era perfecto. Aún recuerdo las tripas intactas, sin tajos ni perforaciones. Me quedaba solo investigar si habían sucedido desapariciones o muertes extrañas, dejando de lado las producidas por mí. Así que me tomé una pausa, digamos un descanso obligado de mis apetitos mortales para ahondar en mis investigaciones. Un par de meses leyendo causas policiales y las de fiscalía en tribunales no llevaba a nada. O era más perfecto que yo en las ejecuciones, o simplemente fue una casualidad aquella vez. Pero algo había en mi interior, que me decía, más bien me insinuaba en el fondo de mi cabeza que no fue “aquella vez”. Y también me sentía observado, más allá de la paranoia normal que lleva encima un asesino serial, juicioso y pragmático que sospecha de hasta su propia sombra.
Tenía que encontrar la forma de hacer salir a escena a mi contrincante, que para ese momento no lo consideraba un enemigo, si quisiera matarme lo habría hecho ese día que estaba lastimado y sorprendido, debilitado. Yo creía que de estar en su lugar, tampoco lo entregaría, denunciarlo sería traer todas las miradas a uno mismo. ¿Quizá buscaba competir?
Había una sola forma de saber si aquel asesino existía como tal y si estaba pendiente de mí. Si fuera así él tenía la ventaja de conocerme, yo no. Esa forma era, matando otra vez.
Así que me tomé un tiempo para pensar muy bien la movida, como si fuera ajedrez a distancia, tenía días, semanas incluso meses para hacer mi movida, y quien sabe cuánto tiempo para pensar su movimiento.
El hombre caminaba por el sendero pocos metros detrás de una joven absorta por la música que escuchaba en sus auriculares. Apuró el paso, miró a su alrededor para ver que nadie más anduviera por ahí. Era una tarde fría de junio en la que muy poca gente salía a caminar la montaña. Estando a pocos metros de la chica saca del bolsillo de su campera un pequeño cuchillo y acelera más el paso. En ese momento siente algo pesado en la nuca y la obscuridad se apoderó de él. Cuando despertó estaba perdido, aturdido. Las manos atadas y un mordaza para que no gritara. Estaba acostado entre dos matas espinosas lejos del camino. No conocía el lugar. Siempre se quedaba cerca de la senda donde pasaban las mujeres, esperando que alguna pase sola. Condenado por violación en varias oportunidades, disfrutaba de salidas transitorias, que se les daba a los privados de libertad anticipándose a su liberación.
Me acerco al tipo y lo termino de atar a un pino, sentado para que me vea de frente.
-Me gusta matar ¿sabes? Es algo más fuerte que cualquier intento de detenerme de hacerlo. No, no te gastes en gritar, tendría que cortarte la lengua y va a ser un enchastre.
El hombre con los ojos desorbitados por el miedo deja de gritar con el trapo metido en la boca. Me seguía con la mirada, intentando adivinar que quería con él.
-Quizá con esto equilibre un poco las cosas, no es nada personal, ¿quién soy yo para juzgar? Pero en este momento te necesito, para dejar un mensaje. Vas a servir como un cartel de la ruta, indicando la velocidad o el lugar.
Cuando me acerqué con mi estuche de navajas y bisturíes intentó otra vez gritar, me causo mucha gracias como gesticulaba hasta que se puso rojo por el esfuerzo. Aproveché ese momento y corte la garganta, de oreja a oreja. Tuve la precaución de hacerlo de costado, para no mancharme con el chorro. Le sostuve la cabeza hasta que dejó de gorgotear y ese ruido horroroso que hacía tratando de respirar, cuando solo aspiraba sangre.
Esperé al último estertor y cuando quedó laxo completamente corté las ataduras y lo acosté sobre un colchón de agujas de pino que había preparado a unos pasos de ahí.
Saque unas tijeras paramédicas con las que corté la ropa. Busqué el esternón y comencé a cortar, apenas salían unas gotas de sangre. Abrí hasta el pubis. Saque todo lo que había en la cavidad abdominal y lo puse a un lado. Tomé aguja colchonera e hilo y comencé a cerrar el tajo. Me llevó un buen rato, con el frío costaba más. Saqué mi cuchilla de trozar y terminé de decapitar el cuerpo. Me puse a acomodar todo como yo quería, cuando terminé y miré me reí, realmente me reí. Es que era cómico.
Junté su ropa en una bolsa, me aleje unos buenos metros dentro del bosque y me cambié. Caminé cinco kilómetros por lugares inhóspitos hasta que encontré el lugar perfecto, cave un pozo donde puse toda su ropa y la mía, le tire encima la botella de cloro completa que eliminaría cualquier rastro genético y comencé la vuelta, con la brújula me guiaba, en ese lugar me habría perdido definitivamente. Llegue casi al anochecer, me llevó unas cuatro horas entre caminata y demás.
Un par de días después escuché en el informativo de canal 4 que una pareja de caminantes habían encontrado un cuerpo destripado. Conmocionados relataban al cronista que la escena era macabra, con los intestinos habían formado la palabra “Hola”, el cuerpo y la cabeza el signo de admiración.
Hola!
Un poco de humor negro para quien supiera leer entre líneas.
Su turno de mover.

CAPITULO 15 VENGANZA II

Se había dado cuenta que el placer de asesinar no solo estaba en el hecho de cometerlo y encubrir las huellas. También tenía que ver en el show. Al matar gente desconocida, quitaba el motivo, que era el primer indicio que tiene un investigador. Buscar el porqué de la víctima. El show que se armaba con el caso y la completa intriga de policías e investigadores que no daban con ninguna estrategia para encontrar al o los culpables. Por supuesto que en esa época era joven y cometía errores, pero eran tan imperceptibles que ni el consagrado Raúl Torre podría dilucidar ni hablar del Dr Osvaldo Raffo que le sería imposible encontrar una sola prueba. Pero llega un momento que el ego del asesino serial llega a su tope, a la cima, donde solo él decide quien vive o muere.
Y comienza a pensar en lo inimaginable. Saldar viejas cuentas con personas del pasado. Y ahí es dónde comete el primer error. El indicio. El motivo. Pasó hace varios años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Aún siento el olor a humo, como si estuviera impregnado en mi nariz, o en mi mente. Pasé muchos meses pensando cómo sería el escenario, donde, cuando y lo principal, de qué forma le mataría. Era alguien del cual me venía reservando, a fuego lento. Esperando que la furia y la sed de venganza se fuera enfriando. Luego de casi nueve años de esperar, creí que fue suficiente tiempo de espera.
En capítulo anterior conté como me del padre, ahora era el turno del hijo, devenido en trabajador radial seguía con su vida habitual la inmundicia, como si nada hubiera pasado. Pero jamás pensaría que uno los tenía en la mente veinticuatro horas al día. Era solo cuestión de tiempo, paciencia. El joven seguía trabajando, como si nada, a pesar que debería haberse ido del país y esconderse por vergüenza en el agujero más profundo en el África. Pero ahí también hubiera llegado la punta de lanza, la llama que forjaría su alma putrefacta. Un asesino, mataría un homicida. El universo se equilibraría, aunque sea un poco. La nueva y tibia seguridad había llegado a la ciudad. Varias cámaras que se habían puesto en lugares estratégicos. Estratégicamente inútiles, claro. Ya que cualquiera que caminara un poco podría darse cuenta de las falencias en el posicionamiento de dichas cámaras. En la esquina de su trabajo había una tienda muy popular, sin cámaras de seguridad.
Tan fácil como dejar un pequeño paquetito que ardería en segundos. Mucha tela, mucha ropa de nylon. Mucho humo. Nada grave, pero si para distraer un poco. Mientras la gente miraba desde el otro lado de la calle como salía el humo y llegaban las primeras autobombas. Coincidía con la salida laboral del objetivo. Que también curioso y morboso, se juntó con la muchedumbre apretujada que observaba el siniestro. Ninguna cámara miraba en la dirección adecuada, a la calle, al incendio, a las esquinas. Pero ninguna enfocaba la esquina de enfrente. Ninguna cámara registró el instante exacto en que el punzón de acero moldeado perfectamente para esa tarea entró entre las cervicales hasta el fondo, suavemente como si fuera manteca. Sin gritos, ni sangre. Cuando el sujeto se desplomó, yo estaba a dos metros lejos de la situación. Caminé tranquilo, esquivando cámaras, gente y sus teléfonos, los noticieros en directo. Varias cuadras lejos dejé mi instrumento en un tacho de basura. Hubiera sido un hermoso trofeo para mi pared, junto a la foto de ella. Pero bueno, como ya les dije, no hay que dejar indicios. Y el círculo se cierra. Como dice el dicho, a todo chancho le llega su San Martín. Tarde o temprano. El frío acero de la muerte puede calar hondo.

miércoles, 12 de abril de 2017

CAPÍTULO 14 MUERTE EN BUENOS AIRES



Tenía que cerrar una historia en su vida y luego de que había pasado bastante tiempo y alejado de todo eso que pudiera levantar sospechas, preparaba una visita más.
Aproveché en las vacaciones de invierno que podía viajar a cualquier lado sin tener que dar explicaciones. A conocidos les dije que me iba unos días a Neuquén, cuando en realidad preparaba un viaje a Buenos Aires, donde vivía una mujer a la que tenía la necesidad imperiosa de matar para saciar mis ansias de venganza. Ni vale la pena contar el porqué, solo que valía la pena cerrar ese círculo de mentiras, traiciones y que realmente se lo merecía.
Alquilé un depto en una ciudad de Neuquén ya no importa saber cuál, en donde me hice ver por la gente como un turista más. Y una noche cuando ya tenía todo bien planeado, partí hacia Baires. Tenía una parada segura que era un hotelucho de mala muerte en provincia en donde ni siquiera te pedían documento ni mayores datos, te podías registrar con nombre falso.
La misma mañana en que llegue preparé todo, salí a dar unas vueltas para ver bien la localización de cámaras policiales y la de negocios o particulares. No quería quedar en ninguna grabación que luego pudiera usar la cana o saliera en los noticieros. Eso me llevó un par de horas de vueltas, para no llamar la atención.
Fui hasta la locación en donde daba clases de arte, saqué mi cuerda de piano de ahorque y lo reemplacé por un alambre de acero fino, no quería ser demasiado evidente con la cuerda de piano y que me pudieran rastrear por algún resto que quedara.
Esperé a que saliera del lugar y mientras se despedía de sus alumnos y guardaba sus cosas en los asientos de atrás del auto, salí lentamente de la obscuridad de los árboles de la vereda y me acerqué por detrás. Su culo gordo asomaba por la puerta trasera y fue su fin cuando se enderezó y cerró la puerta. El alambre brillante cortó cualquier grito que quisiera dar. Sentí el tronar de la garganta cuando fue cercenada, en ese instante apoyé mi rodilla contra su corta espalda y la presión hizo que sus siliconas mal operadas casi se reventaran contra la puerta del auto. Seguí empujando y tironeando hasta que la cuerda hizo un chasquido al chocar contra las vértebras cervicales. Un poco más de presión y la cabeza cayó casi en cámara lenta al suelo, el cuerpo aún apoyado en la puerta fue descendiendo mientras un gorgoteo del cuello rebanado manchaba el auto y el suelo.
Miré a todos lados, nadie se percató de lo sucedido, no llevó más de diez segundos la decapitación. Saqué una bolsa negra del bolsillo de la campera y caminando lentamente hacia la obscuridad iba guardando cable y guantes.
En el auto pude cambiarme completamente, toda la ropa usada la puse en bolsas, incluido los zapatos. Manejé hasta una fábrica abandonada donde ni los linyeras osaban andar. Ahí quemé en un tambor toda posible evidencia que me incriminara. No había forma de rescatar ningún indicio de adn.
Feliz que el proyecto terminara y el círculo vicioso mental tuviera fin.
Volví a viajar hacia Neuquén mientras escuchaba música.
Fueron unas vacaciones hermosas.






jueves, 22 de diciembre de 2016

CAPITULO 13 DESCONOCIDO

Me sentía intranquilo, darme cuenta que había otro asesino como yo en las cercanías me quitaba el sueño. Imposible saber quien fue y los motivos. No parecía la escena preparada de antemano, sonaba más a los primeros pasos de un asesino a sangre fría. Así me sentí yo mismo al principio. La adrenalina que no te dejaba pensar, ahogándote de placer, obnubilando la mente. Tenía que sacarme de la mente estos pensamientos y sobre todo porque me imaginaba que pasaría si salía a la luz los primero cadaveres que dejara por ahí. Habría una investigación completa, a fondo, en donde seguro que saltarían las estadísticas, que hasta el momento a nadie le interesaba. Lo bueno de vivir en este país, es que a nadie le interesa que le pasa al otro. Si desaparece alguien, no pasa nada. Desaparecía mucha gente en los alrededores, en el campo y nadie se ha enterado, no salen en los medios, no hay investigadores, no hay interés por parte del estado en investigar, tienen demasiado trabajo con los robos, como para meter mano en algo más problemático. Pero necesitaba salir, tenía sed de adrenalina, hambriento y no solo de sangre. Cuando me proponía y ya tenía una víctima en mente, comenzaba el juego del gato y el ratón. Había tomado el gusto de investigar al blanco, pero ya no de lejos, casi rozando con la interacción directa. Le seguía de cerca y coincidía en algunos lugares, donde no hubieran cámaras de seguridad, donde no fuera conocido por empleados o clientes. En algún mercado, tienda, inclusive en la calle con un "buenos días" de saludo al pasar. Me gustaba cazar, sentir la presa, olerla y tocarla sin que se den cuenta, marcando mi terreno, mi premio. Y así estaba días después más tranquilo ya, sin tantos nervios de que apareciera algún cuerpo a medio esconder y que las autoridades tuvieran que pasar la lupa por la ciudad. Un hombre de mediana edad compraba en una verdulería cerca del centro, al cruzarnos las miradas nos saludamos siendo desconocidos, como es costumbre aún en esta ciudad a pesar del gran crecimiento y que ya no nos conocemos con todo el mundo.
Un profesor de inglés recién llegado a la ciudad según loq ue había averiguado, divorciado huyendo de un matrimonio donde la violencia era moneda corriente. Luego de varias denuncias y un juicio favorable hacia la mujer, no le quedó más que huir a la patagonia, a un pueblo perdido en la cordillera, donde no fuera conocido y en donde podría empezar de cero.
Me gustó bastante la imagen que hice en mi mente con lo que haría, hacía rato que pensaba en hacer algo distinto.
El hombre con la llave puesta en la puerta de su casa en el preciso instante que la estaba abriendo, se da vuelta al escuchar el ruido típico de una bolsa al romperse y escuchó la puteada que dije cuando las manzanas se desparramaron en su vereda, algunas rodaron incluso por la puerta de rejas de la entrada, que conveniente.
Como me reconoció al instante de la verdulería y al habernos cruzado muchas veces en semanas, había creado una familiaridad. Eso de conocer a una persona por la cotidianeidad con la que interactuas, visualmente sin contacto directo. Hasta el día que cruzás esa lejanía con las palabras. El cerebro automáticamente guarda esas imágenes, donde las atesora, asimila y compara con el medio ambiente que nos rodea. Donde las usa principalmente para descartar el peligro. Luego de eso, es el reconocimiento facial y corporal, por último la asiduidad que lo da continuamente cruzarte varias veces con la misma persona, abre la comodidad y la tranquilidad de que es un par, igual a vos.
Al agacharse para ayudarme a juntar la fruta que se había desparramado de la bolsa rota, el hombre no se preguntó como llegué alli a varias cuadras de su casa, solo recordaba en ese instante que me habíamos cruzado un saludos minutos antes. Le miré con la culpa de la verguenza que da estos accidentes y cuando él correspondió con una risita incómoda, saqué de mi bolsillo la picana eléctrica y se la apliqué en el tobillo, donde dejaría una marca, pero conociendo al forense local, ni se percataría ni creería que tendría esa marquita alco que ver con el muerto.
Ni siquiera el hombre pudo gritar, la electricidad contrae todos los músculos del cuerpo, todo. Incluso la lengua se crispa de tal forma que no se puede usar ni para tragar saliva, durante unos segundos claro. A veces puede suceder un desmayo, pero a la mayoría le pasaba lo mismo, parálisis corporal, perdida total del movimiento, imposibilidad de coordinación, desorientación, incapacidad para pensar coherentemente.
Aprovechando todo esto lo agarro de las axilas y lo levanto para que al arrastrarlo hacia dentro de la casa no queden marcas en el piso. Antes de cerrar la puerta, miro que todo esté trnaquilo en la calle. Una vez dentro saco un frasquito con cloroformo y unas gotas en la naríz para que duerma lo necesario hasta que esté todo listo.
Cuando el tipo se despierta media hora después le llevó poco rato darse cuenta de la situación. Porque primero el cerebro intenta dilucidar que le pasó y luego que es lo que está pasando ahora. Cuando está en situación de peligro el cerebro manda oleadas de adrenalina que limpia el sistema y lo prepara para huir o luchar y eso depende del carácter de la persona. Algunos pelean, quizá los más debiluchos de cuerpo, pero de carácter fuerte, líderes con capacidad de mandar. Otros huyen, gritan pidiendo ayuda, se quedan paralizados, lloran o directamente se entregan y ya no les importa nada. Este era ese caso.
Yo estaba sentado en un sillón mirándo sus reacciones, pude ver en sus ojos y en su cara como iba pasando por todos los estadíos mentales y emociones. Intriga, miedo, desesperación, pasividad ante lo inevitable, en pocos segundos sintió lo que la mayoría no lo vive si no hasta el final de una alrga vida.
Cuando mira a su alrededor, buscando al culpable de si situación, me encuentra sentado muy sonriente. Al verme así tan cómodo, él también pudo leer en mis ojos y en mi cara mis emociones. Y vió placer, el placer de ver morir a alguien. Y ahí se dió cuenta en ese instante que no valía la pena luchar.
Se vió a si mismo y en ese paneo mental de lo que pasaba se dió cuenta que todo esfuerzo solo aceleraría lo inevitable.
Estaba sentado en una silla contra una columna, atado a ella con cinta adhesiva a la altura de los brazos, de esa forma no deja ninguna marca en la piel. La boca también encintada, pero forrada en tela, así tampoco dejaba marcas ni huellas. La experiencia me llevó a inventar herramientas de trabajo más útiles. Me pongo detrás de él y calculando la fuerza y la altura, sabiendo que es diestro, le hago un corte profundo en la muñeca izquierda donde comienza a manar sangre, pero no a chorros. Cambio de mano y con el mismo cuchillo pero con mi mano izquierda le hago varios cortes dispares en la muñeca derecha, creando así la apariencia que herido y con la zurda hizo pobres intentos de cortes. esta situación lleva minutos, pero quería eso, tiempo. Me senté frente a él y nos miramos mientras se le escapaba la vida. No había preguntas, ni odios, ni miedos en su mirada, solo aceptación. Cuando llegó el momento del desmayo final, que era la aproximación a la muerte, le quité las ataduras y acomodé las manos para que las salpicadas de sangre coincidieran con sus movimientos. Lo acomodé en la silla y lo solté, para que el cuerpo laxo tenga una caída natural. Cayó pesadamente y el cuchillo se deslizó con él. Esperé a su lado hasta que el último suspiro salió. Revisé todo, limpié mis posibles huellas, acomodé algunas cosas, tomé sus compras, las mías. Y me fuí. Tiempo después escuché en el informativo de la tele que lo habían encontrado en su casa semanas después de muerto. Nadie lo había extrañado.

viernes, 8 de julio de 2016

CAPITULO 12 VENGANZA



Ya estaba aburrido de matar siempre de las mismas formas, quizá parezca una locura hablar tan fácilmente de esto pero ¿Por qué no? Me gusta matar, no lo voy a negar.
Comencé a investigar sobre venenos, pero naturales, nada de laboratorio. Ciertas plantas y animales producen sus propios venenos. Como en la Patagonia de los bichos venenosos solo se puede conseguir alguna suegra por ahí, pensé en plantas. Investigue bastante hasta que di con una que crece justo y precisamente debajo de nuestras mismas narices, muy fácil de cultivar, no puedo decirles el nombre, ¿para qué darles el dato y que alguno lo use en algún acto de venganza? Prefiero quedar como el único asesino serial de la Patagonia, claro que hasta ahora nadie lo sabía. Nunca pudieron atar cabos entre los asesinatos, como hilos de un mismo ovillo. Tuve que probar este veneno, así lo hice con animales. El producto era bueno, pero no muy rápido y no tenía forma de mejorar el producto con un proceso de elaboración más perfecto, porque armar un laboratorio en casa levantaría demasiadas sospechas jaja. Se me complicaba realmente entre la cantidad de veneno y el peso del animal usado. Al no poder refinar el producto, no siempre salía igual, como de laboratorio. Alguna producción era más fuerte que otra. Entonces me decidí por hacer un destilado o como se denomina “tintura madre” del producto. El efecto era bastante traumático, bastaba con apenas apoyar el producto en la piel, que a las cuatro o cinco minutos (promedio) comenzaba con bradicardia, sudoración espesa, agrandamiento de la úvula (como si fuera reacción alérgica) mareos pronunciados, casi al desmayo. Luego de esta etapa principal seguía la de contracción muscular y caía en una hipotonía muscular donde el cuerpo quedaba laxo completamente y…la muerte. Todo esto entre cuatro y cinco minutos. Tampoco era Yiya Murano, pero podía envenenar a alguien y estar a kilómetros de distancia cuando llegara el fin.
Y llegó el día de hacer la primer prueba en humanos, esta vez elegí la venganza. Una situación de la cual habían pasado siete años ya, bastante tiempo como para levantar sospechas sobre mí. Y esa persona ya ni registraba quien era yo. Alguien que indirectamente tuvo que ver, pero nada más. Pero esta persona era cómplice de homicidio, aunque nunca se lo juzgó, pero sí al hijo, el verdadero homicida. Así que esperé, en algún momento tendría que ir a ver a su nueva mujer, sabía en donde trabajaba y solo era cuestión de vueltear un poco en una ciudad muy chica, siempre el tipo aparecía. Era cuestión de “tarde o temprano”.
Lo vi venir de lejos, esperé que entrara y me preparé para cuando saliera. Tenía muy estudiadas las cámaras de seguridad, bueno en esta ciudad no eran muchas y las conocíamos todas, aunque cada tanto las cambiara de lugar, en cualquier filmación solo verían que ese día fue el único día que estuve en esa zona, limpio como un cura en domingo. Cuando lo vi pasar por los gigantesco vidrios ahumados de la oficina encaminándose hacia la puerta, entre en escena, me choqué sin querer con él entre las dos puertas, los vidrios son tan obscuros que casi no se ve nada, ni desde las oficinas ni desde afuera, pedí disculpas y entré. Realicé un pequeño trámite y salí, todo en dos minutos. Como siempre había un policía de guardia, pero boludeando como todos los canas que por esa oficina pasan, no tienen muchas luces. Y este por suerte estaba como la gran mayoría boludeando con el celular, asi que ni me vió entrar ni salir. Tomé otro rumbo, me fui hasta un café, leí un libro de los que una biblioteca deja allí para que la clientela se deleite gratuitamente con la lectura mientras disfruta un exquisito café, un poco fuerte para mi gusto, pero quizá no tengo el estómago muy fuerte jajajajajaja.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

CAPITULO 11 PAZ

Después de esa tarde de lluvia se puso a pensar mucho. ¿Había otro asesino en la zona además de él? Quizá haya sido una casualidad y ese asesinato fuera una venganza, algo planeado motivado por la furia. No por las ganas de ver sangre. Seguí con mi vida, pero me sentía desnudo, como si alguien más pudiera sentir lo que yo vivía al matar. Cuando salía de casa me sentía perseguido, como si me observaran, pero sabía que eso era imposible, nadie me había visto ni siquiera el asesino del kayakista, era solo mi paranoia. ¿Lo era?
Motivado por la sed que crecía día a día, tuve que volver a salir en busca de mi alimento mortal. Supe que andaban un par de rateritos, carteristas que asolaban cierto barrio. Esta era una oportunidad de hacer un mal y un bien al mismo tiempo. Me preparé y salí en busca de mi paz.
Un hombre caminaba y tropezaba cada tanto con las paredes, evidentemente estaba ebrio. Fumaba y trataba de coincidir el cigarrillo con su boca. La vereda parecía llena de obstáculos precisamente para que el pobre hombre se tropezara con ellos. Era una escena cómica digna de una película. Esta situación no pasó desapercibida para dos jóvenes. Comenzaron a seguirlo y observarlo de lejos, cuando el borracho llegó a la esquina se apoyó en una pared, parecía que estaba orinando.
Aprovecharon esa pausa para acercarse y entre los dos le agarraron de los hombros lo dieron vuelta para empujarlo contra la pared, en sus manos relucían cuchillos, los cuales movían en el aire para amedrentarlo.

El ebrio temblando de miedo metió una mano en su chaqueta para darle la billetera. Del bolsillo sacó un bisturí que cortó la garganta de uno como si fuera manteca y el otro recibió un tajo en la yugular, todo pasó en un segundo. Mientras los ladrones se desangraban en el piso, sin poder emitir ni un ruido por sus cuellos rebanados, el ebrio limpió el bisturí con un trapo y lo guardó en una bolsa dentro de su chaqueta. Se fue y mientras prendía otro cigarrillo pensaba en el asesino del lago.